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Alberto Cruz
Viernes 17 de agosto de 2012
Los medios de la burguesía se han referido a las
revueltas árabes como “primavera”. Ciertos intelectuales progresistas han
asumido el vocablo y, subidos en la ola del entusiasmo, han ido más allá
hablando de “revoluciones”. Si ha habido una primavera la pregunta que hay que
hacerse es ¿dónde están las flores? Si se han producido revoluciones la
pregunta sería ¿dónde está el cambio económico? Porque, señores y señoras
intelectuales “progres”, no puede haber una revolución sin un cambio económico.
El argumento que se han conseguido algunos triunfos “democráticos” como la
retirada de los presidentes, la elaboración de nuevas constituciones o la
celebración de elecciones es muy pobre dado que en ningún caso se puede hablar
de derrota de la clase dominante puesto que en todos los países donde se han
producido esas revueltas esta clase mantiene su control sobre el poder y los
recursos.
Es de suponer que, a estas alturas, la intelectualidad
“progre” sepa que la vida social se determina, en última instancia, por la economía.
Es decir, la contradicción inherente entre capital y trabajo en una sociedad
capitalista. En Túnez, el primer país en desencadenar el entusiasmo entre la
intelectualidad “progre”, se está haciendo una reforma fiscal que va en la
línea de lo que el Banco Central Europeo reclama a la UE y que ha sido alabada
por el FMI al tiempo que reclama un programa de reformas estructurales que
incluyan la venta de empresas públicas y la devaluación del dinar. Y no debería
haber ninguna duda que el gobierno “democrático” de Túnez lo hará.
Si bien la revolución no es “pura”, como puso de
manifiesto el propio Lenin, hay que estar prevenidos sobre quienes hablan de
“revolución” sin que comprendan lo que significa. Sobre todo en el ámbito
económico. O, por el contrario, lo comprenden muy bien y limitan sus
aspiraciones a la revolución nacional o burguesa en contraposición con la
revolución socialista.
Salvo en Bahréin, Egipto y Yemen no ha habido ninguna
revuelta realmente popular. En Bahréin y Yemen la clase media estaba
escasamente representada en las protestas, mientras que en otros países árabes
era claramente mayoritaria. En Egipto se puede decir que mitad y mitad. Y una
vez satisfechas algunas de sus aspiraciones, bien de poder político o económico
–como el ser partícipes en cierta medida de una tarta que se repartía la
oligarquía sin que les llegase algo a ellos-, se han retirado rápidamente de
las calles. Una revuelta de la clase media es fácil de controlar aceptando
algunas reformas políticas y sociales que no ponen en cuestión el sistema. Y
eso es lo que ha ocurrido en todos los países árabes. Siguiendo el hilo
argumental de la intelectualidad “progre”, tal vez haya crecido la hierba, pero
no han surgido las flores. Y si han surgido han sido tan efímeras que la
pregunta es ¿dónde fueron todas las flores?
Pero seamos indulgentes con esta intelectualidad
“progre”. Lenin hablaba de las perspectivas de la revolución socialista en el
marco del desarrollo de una revolución nacional o burguesa. Supongamos, y con
esta intelectualidad “postmoderna” es mucho suponer, que se sitúa en esta línea
argumental. El único país donde se puede hablar de una perspectiva en este
sentido es en Egipto, nuevamente.
El candidato de la izquierda en las elecciones
presidenciales logró un espléndido tercer lugar, a sólo cinco puntos del
porcentaje logrado por el candidato de los Hermanos Musulmanes quien, en la
segunda vuelta, se hizo con la presidencia. Es más que probable que se
produjese un fraude electoral que evitase el segundo lugar de este candidato
izquierdista, lo que polarizó el voto final entre el candidato de los militares
y el de los islamistas. En cualquier caso, dos candidatos del sistema
oligárquico bien adaptado al momento post-Mubarak, como muy bien ha puesto de
manifiesto Samir Amin (1) por mucho que entre ambos haya algún punto de
colisión por los espacios de poder, como ocurre ahora tras las medidas tomadas
por Morsi de reducir el poder legislativo de los militares. El discurso de este
candidato de la izquierda egipcia fue poco postmoderno: rechazo a los dictados
del FMI, retorno al panarabismo nasserista, cancelación del acuerdo de paz con
Israel…
La fuerza de este sector revolucionario en Egipto,
especialmente en las zonas fabriles y portuarias, así como los constantes
sabotajes contra el oleoducto que surte de gas a Israel (ya van once atentados
que han obligado a interrumpir el suministro otras tantas veces) y la
permanente convocatoria de huelgas tanto laborales como políticas es una
importante palanca de presión hacia un presidente islamista que se ve obligado
a dar pasos que pueden ser calificados por los más osados como audaces y que le
llevan a un cierto enfrentamiento con los militares. Por todo ello, sorprende
que la intelectualidad “progre” no mencione a Egipto en sus análisis y se
obsesione con Siria.
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