por Thierry Meyssan
Ya lo había anunciado
Francois Hollande: «¡El cambio es ahora!». Dos meses después de su elección, el
nuevo presidente francés ha roto con el estilo de su predecesor pero sigue
aplicando exactamente la misma política. Para Thierry Meyssan, esa continuidad
es fruto de una ideología que se evidencia en los discursos del nuevo
presidente: la ideología de la colaboración con el imperio de turno.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 31 DE JULIO DE 2012
Es muy difícil distinguir las convicciones personales
de Francois Hollande, y es porque se trata de un hombre que trata de atraer a
la mayor cantidad de gente posible y de dotarse de una mayoría. Sin embargo, el
nuevo presidente de Francia ha dado a conocer su forma de pensar en dos
ocasiones. En su discurso de investidura introdujo todo un homenaje a Jules
Ferry y en la conmemoración de la redada del Velódromo de Invierno sorprendió a
todos con una reinterpretación de ese hecho histórico.
Analicemos ambos momentos
El 15 de mayo de 2012, Francois Hollande decidía
homenajear a Jules Ferry, el fundador de la escuela pública, gratuita y
obligatoria, calificando sin embargo de «error moral y político» el compromiso
de aquel político francés a favor de la colonización. Cualquier nuevo
presidente deseoso de exaltar la importancia de la escuela hubiese podido
hacerlo sin tener recurrir a un personaje histórico cuyo balance político no
puede estar exento de críticas. Si Hollande prefirió mencionar a Jules Ferry es
porque esté último modificó el objetivo mismo de la escuela, convirtiéndola no
en un instrumento de emancipación sino en una herramienta de integración. La
escuela dejó entonces de tener como objetivo liberar al niño de sus prejuicios
mediante el desarrollo de su espíritu crítico y dándole acceso al saber para
hacer de él un ciudadano. Más bien se arrogó como función la de arrancar el
niño a su familia, a la influencia de la Iglesia y de su cultura regional para
convertirlo en un alumno obediente, dispuesto a dar la vida con tal de ampliar
el Imperio francés. El objetivo de la obligatoriedad de la escuela no era ponerla
al alcance de todos los niños sino, como lo demostró Michel Foucault, convertir
la escuela en la antesala del cuartel. La misma lógica autoritaria que llevaba
a los «húsares negros» [1] de Ferry a aplicar castigos corporales a los niños
que hablaban su lengua materna en vez de hablar francés, justificaba también el
uso de la fuerza en aras de «civilizar» a los indígenas de Tonkín. Tanto en el
plano histórico como en el filosófico, resulta imposible separar el
seudolaicismo de Ferry de su militarismo colonial.
En su época, el radical Georges Clemenceau se opuso al
proyecto del socialista Jules Ferry. Clemenceau criticaba, en primer lugar, la
supuesta «misión civilizadora» de Francia, antecesora del actual «deber de
injerencia humanitaria». Al oponerse a dicho proyecto, Clemenceau no negaba en
lo absoluto el nivel relativamente alto de desarrollo de Europa, sino que
ridiculizaba el concepto de «razas superiores», de la misma manera que hoy en
día el problema no es saber si Francia tiene o no una forma de gobierno interno
más o menos violenta que Siria sino reconocer o no la soberanía del pueblo
sirio. Clemenceau estimaba además que el proyecto colonial era una aventura
militar de la gran burguesía que desviaba la atención de la verdadera cuestión:
la liberación de Alsacia y de Lorena, por entonces ocupadas y anexadas por el
Imperio alemán. Ferry acusaba a los radicales de mantenerse «absortos en la
contemplación de esa herida» (la pérdida de la región Alsacia-Moselle) al
extremo de renunciar por ello a sus responsabilidades en el resto del mundo, a
lo que Clemenceau respondió «¡Mi patriotismo está en Francia!» defendiendo a la
vez el naciente Derecho Internacional.
Prosigamos nuestra lectura de los
discursos de François Hollande
El 22 de julio de 2012, Hollande conmemoraba el 70º
aniversario de la redada del Velódromo de Invierno. Durante aquella histórica
redada, realizada en julio de 1942, policías y gendarmes franceses arrestaron
en París a 13 152 judíos, que fueron concentrados en el parisino Velódromo de
Invierno antes de ser deportados, y de esa forma condenados a un destino que
habría de ser fatal para la mayoría de ellos.
Francois Hollande causó sensación al afirmar: «Tenemos
la deuda de la verdad sobre lo que sucedió hace 70 años. La verdad es que el
crimen fue cometido en Francia, por Francia.» Con esa declaración, Hollande
tomó partido en un conocido debate cuyos términos, irreconciliables, me veo
obligado a recordar aquí.
O bien se considera que el Estado Francés del mariscal
Philippe Petain es un régimen político como tantos otros y que era además el
gobierno legal y legítimo de Francia o se considera, por el contrario, que no
era más que una ficción jurídicamente montada para satisfacer las necesidades
de la autoridad ocupante [2] y que –a pesar de ser resultado de un montaje
jurídico– era una entidad ilegítima que no puede ser considerada como el
gobierno de Francia.
Para evitar cualquier contrasentido es importante recordar
que, después de aceptar un armisticio, el mariscal Philippe Petain, como
presidente del Consejo, hizo que los diputados que lo habían seguido a Vichy le
otorgasen plenos poderes. Abolió entonces la «República Francesa», instauró el
«Estado Francés» (lo cual es un título) e impuso una dictadura administrativa
que se encargó de aplicar las leoninas cláusulas del armisticio. Diezmados por
la Primera Guerra Mundial, los franceses estimaron, en su mayoría, que la
resistencia era imposible y aceptaron aquel estado de cosas. Sólo una pequeña
minoría rechazó el armisticio, en primer lugar el subsecretario de Guerra,
Charles De Gaulle, quien creó en Londres el Gobierno Provisional de la
República Francesa.
Las palabras tienen un sentido y este debate nada
tiene de académico. Poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, los tres
principales países aliados (la URSS, el Reino Unido y Estados Unidos) también
se vieron obligados a tomar decisiones al respecto. En un primer momento,
estimaron que Philippe Petain representaba a Francia. En la conferencia de
Yalta, estas potencias aliadas anticiparon la derrota de sus enemigos, entre
los que se encontraba el Estado Francés, y establecieron las sanciones que
pensaban imponerles. Al hacer un brindis, durante el banquete de clausura de la
conferencia, Stalin hizo saber que quería fusilar a todos los oficiales del
ejército francés derrotado y privar del derecho al voto a todos los electores
franceses que tenían edad suficiente para ser considerados legalmente
responsables en el momento del armisticio franco-alemán. Gracias a un intenso
accionar político y militar, Charles De Gaulle logró cancelar aquel proyecto y
acabó obteniendo que los tres principales aliados reconocieran al gobierno
provisional de la Francia Libre como el único representante de Francia. Fue
así, en definitiva, que se reconoció a Francia como uno de los vencedores de la
Segunda Guerra Mundial y que Francia obtuvo incluso un puesto de miembro
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La posición de Francois Hollande, además de ser un
insulto a la memoria de todos los que dieron sus vidas por la liberación de
nuestra patria, tiene por lo tanto importantes implicaciones en materia de
política internacional. Si Francia se considera responsable de los crímenes del
Estado Francés, tendría, por ejemplo, al igual que nuestro amigos alemanes, que
indemnizar al Estado de Israel, y tendríamos también que renunciar a nuestro
puesto de miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Salta a la vista el punto común entre los dos
discursos de Francois Hollande. Promotor de la «injerencia humanitaria»,
Hollande rehabilita la manipulación de la escuela por parte de Jules Ferry para
que los niños no se conviertan en ciudadanos capaces de criticar sino en alumnos
obedientes. Graduado de la ENA [3], Hollande rehabilita así a los funcionarios
que, traicionando a su patria, se unieron a un gobierno títere y se pusieron al
servicio del ocupante alemán. Como socialista, Hollande rehabilita a los
diputados de su propio partido que dieron su aval al armisticio, concedieron
plenos poderes a Philippe Petain y aprobaron el derrocamiento de la República.
Todo eso lo hace, claro está, en medio de grandilocuentes condenas sobre las
consecuencias de esa misma política, que son el colonialismo y el racismo
antisemita.
Francois Hollande es un hombre culto que sabe
perfectamente lo que dice. Lo que está haciendo es, simplemente, aportar su
contribución a la demolición de la Nación Francesa, dando así perfecta
continuidad a la acción de su predecesor.
En su deseo de someter a los Estados de la periferia,
el Imperio global trata de destruir a las Naciones que la componen, recurriendo
para ello a la fuerza. Y para someter a los Estados del centro, actúa con
sutileza, diluyendo el marco de la soberanía de esos Estados, o sea disolviendo
la Nación. Para «rediseñar Europa», va introduciendo la ideología que vehiculan
tanto Sarkozy como Hollande, la ideología del Antiguo Régimen [4], que aún
prevalece en los Estados anglosajones y que se ha convertido en la ideología
del Imperio.
Francia es para ellos una comunidad histórica en
materia de lengua y de cultura y tiene, por lo tanto, una base étnica. Los
recién llegados están obligados a modificar su propia identidad para
integrarse. Para los Revolucionarios, por el contrario, Francia es un destino
común que comparten los habitantes del territorio francés porque juntos
lograron derrocar la tiranía. Francia es una convención jurídica que se aplica
dentro de las fronteras establecidas y son nuestros actos los que nos
convierten en franceses, así como nuestra dedicación a ese proyecto. Es
evidente que la Revolución de 1789 no acabó con el pasado y que la República
Francesa está en el deber de asumir su legado, con sus glorias y vergüenzas, pero
eso no la hace culpable de los crímenes de quienes la traicionaron.
En dos discursos, Francois Hollande nos ha explicado
que su intención no es asumir la defensa de nuestra soberanía, sino
acondicionar a nuestros hijos y colaborar con Estados Unidos en las sangrientas
aventuras «humanitarias» de ese país.
Notas:
[1] Sobrenombre que se dio a los maestros públicos de
la III República a raíz de la adopción de las leyes escolares promovidas por el
propio Ferry. Nota del Traductor.
[2] La Alemania de Hitler. NdT.
[3] La ENA, Escuela Nacional de Administración de
Francia, es el centro donde se forman la mayoría de los altos funcionarios del
gobierno de ese país. Generalmente gradúa menos de 100 personas al año. NdT.
[4] Expresión que designa el sistema francés de
gobierno anterior a la Revolución Francesa. NdT.
Fonte: Red Voltaire
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