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Título original: Solidaridad capitalista para seguir produciendo pobres a escala mundial
Armando B. Ginés
05/12/2013
Suele suceder que las buenas intenciones y las obras
solidarias o caritativas jueguen a favor de la clase hegemónica o dominante. La
ética y la moral sin sustento político complementario, alternativo o socialista
mantienen el statu quo capitalista inamovible. Eso lo saben muy bien las derechas
internacionales, de ahí la eclosión y proliferación desde hace décadas de las
denominadas organizaciones no gubernamentales (ONG), curiosamente entes de
naturaleza privada, no lucrativos en términos jurídicos estrictos, que viven
del dinero público y que son seleccionadas por el poder oficial de manera más
que sospecha en función del carácter ideológico o afinidad política con los
gobiernos de turno. Muchas de esas oenegés son fantasmas, meras declaraciones
al sol, pero también drenan al erario común con proyectos faraónicos
irrealizables.
El universo de las oenegés ha crecido de modo
desorbitado, creándose un campo laboral paralelo con ejecutivos y expertos en
la materia de alto standing (*) remunerados a niveles comparables con la
empresa civil al uso, que se valen de jóvenes cualificados en su inmensa
mayoría para trabajar in situ situaciones sociales desesperadas o de riesgo. La
juventud se entrega de buen grado y sin límites a una labor encomiable para
enriquecer sus currículos y obtener una satisfacción o recompensa personal
intangible de ayuda o asistencia a los necesitados, mientras los Estados se
lavan las manos o escurren el bulto de sus competencias mediante artificios
administrativos bajo el rubro ficticio de la cooperación internacional.
Los jóvenes voluntarios y no tanto se ofrecen en
cuerpo y alma, sin dobleces ni contraprestación salarial alguna, a una
actividad en apariencia inocua, muchas veces ante la imposibilidad real de
alcanzar a través de la política objetivos más ambiciosos, esto es, entran en
la solidaridad no gubernamental al estar clausurado en los bipartidismos de
toma y daca instalados principalmente en Occidente medidas de mayor calado y
recorrido. Los Estados capitalistas se nutren de esta impotencia inducida para
canalizar las inquietudes sociales por caminos que no pongan en cuestión los
presupuestos básicos de sus regímenes de explotación. Un movimiento estratégico
genial, incluso muchas multinacionales tienen su propia oenegé, también el
Vaticano a través de su caridad tradicional, para desgravar obligaciones y
cargas fiscales y embellecer así su imagen pública benefactora.
Esa ética de solidaridad o caridad institucionalizada
es muy difícil de atacar con razonamientos políticos. Los hechos que se
difunden arteramente muestran actuaciones puntuales e intervenciones parciales
muy estéticas en los que pueden observarse al detalle a damnificados y víctimas
producidas por la globalización neoliberal, el caos económico, las injusticias
sociales y el capitalismo salvaje abrazados con ternura por voluntarios
valerosos de diferentes procedencias. Son instantáneas que impresionan e
impactan, llenas de emoción y sentimentalismo de consumo rápido, resultando
extremadamente difícil relacionar las causas y los efectos de los hechos envasados
y retocados por los medios de comunicación de masas. Esos pobres y marginados
por los daños colaterales del magnicidio capitalista, sus gritos y sus lamentos
son creados y editados por los mismos Estados que mandan las brigadas de
auxilio inmediato, los países ricos y las clases dominantes. Sanan y cauterizan
de urgencia una herida y dejan ver solo una ínfima parte de la miseria humana.
Lo que se queda en tinieblas, no existe, amplificar ese cuadro al completo
daría la verdadera dimensión de los estragos reales del sistema global de
mercado y las guerras capitalistas.
Una ética así entendida desvía la acción política
consecuente, coherente y transformadora, reduciéndose a experiencias privadas
que nada cambian en la secuencia histórica o el guión actualizado de la
explotación a escala mundial. No obstante, esa imagen de dolor formatea la
opinión pública en el sentido que se desea: hace brotar la lágrima fácil
ocultando la realidad que subyace en esa ayuda tan hermosa, falazmente
desinteresada y buenista, un tender la mano para salir del fango obviando la
prevención de las riadas que vendrán a corto o medio plazo. La solidaridad
apadrinada por los Estados tiene una condición previa tácita: no tocar las
estructuras sociales y económicas de dominación, buscando excelentes
samaritanos que no se hagan preguntas radicales en alto ante lo que tocan con
sus propios dedos y huelen en vivo y en riguroso directo. Al volver a sus
países de origen, las personas solidarias o aventureras han sido
convenientemente neutralizadas en sus presuntos pensamientos críticos con la
realidad total. Sus currículos refulgen de solidaridad y el Estado los ha
amortizado dentro de lo políticamente correcto. Detrás de la cooperación
internacional hay mucho negocio solapado, un vaivén de altos cargos
especializados y un proyecto ideológico de derechas muy articulado y elaborado.
Los motivos éticos en ausencia de pensamiento político
fuerte mueren casi siempre en el escaparate de lo evanescente, decapitando de
cuajo la posibilidad de que emerjan programas de mayor enjundia social. Es
imprescindible la política para transformar el mundo y revertir los marcos
económicos diseñados por las corporaciones. La ética por sí sola únicamente
sirve para ir detrás de los desastres provocados por el capitalismo en su
versión neoliberal. Las onegés llegan siempre tarde, cuando el campo de batalla
presenta raudales de sangre y personas sumidas en la desgracia y la
desesperación. Después de los malos de las bombas vienen los buenos del
bisturí, pero son dos versiones o facetas que viven del mismo maná capitalista.
Los que causan las guerras y la injusticia social primero envían a los
ejércitos humanitarios, tras la hecatombe mandan a sus cuerpos de división
solidarios para limpiar la sangre derramada.
Las oenegés son responsables subsidiarias pasivas de
que el neoliberalismo triunfe por doquier y eche raíces profundas en las
sociedades colonizadas por el imperio occidental y en sus mismos países de
procedencia. Apuntalan sus esquemas operativos con sus silencios cómplices. Las
gentes solidarias del sofisticado entramado no son culpables de su entrega
absoluta, simplemente son utilizados como tontos útiles del régimen de
explotación capitalista. Sin política transformadora de raíz colectiva y de
clase y luces largas ideológicas, la solidaridad del voluntariado emanada de
los poderes estatales es de índole muy similar a la caridad cristiana o
religiosa en general. Las causas de la tragedia no les importan, simplemente
los efectos del drama de la globalidad financiera y especulativa. Curar una
herida puede, en ocasiones, cegar la realidad social. Eso es, en definitiva, lo
que persigue el Estado capitalista. La ética desvinculada de la acción política
rebelde, crítica y sistemática del orden económico internacional puede
convertirse en la cara amable del neoliberalismo desalmado. Sin más atributos.
Con la intención y la voluntad moral no se vencerá jamás a enemigo tan
poderoso.
Fonte: Diario
Octubre
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