Jorge Álvarez Yágüez
05-12-2013
La tesis que sostendremos aquí es que la actitud
cínica que hoy encontramos por doquier, muy particularmente entre los agentes
más activos del capital financiero y sus múltiples defensores, pero también
enormemente difundida entre la población al extremo de tornarse en una actitud
simplemente normal que no solo no escandaliza a otros sino que resulta
esperable cuando no estimada como inteligente o profesional, tal actitud se
encuentra hondamente promovida por la estructura nihilista del sistema de
producción capitalista. Podría decirse que el cinismo no es solo una actitud
subjetiva sino que está objetivamente encarnada en las condiciones definitorias
del modo de producción, particularmente en la fase actual de su desarrollo. Al
hilo del despliegue de esta tesis observaremos otras que afectan a algunas
categorías centrales como es la de ideología, la de alienación o la concepción
de la relación entre la ciencia social y su objeto.
Empecemos por aclarar el sentido en que empleamos los
términos en inicio, añadiremos otros matices y consideraciones a menudo que
avancemos en la exposición. ¿A qué llamamos exactamente cinismo? La acepción
común es la que corresponde a su manifestación más corriente, esto es, mera
desvergüenza o impudicia, por ejemplo en el reconocimiento del interés
particular o egoísmo de una situación: “mira” –le dice cínicamente un adulto de
muchas luces a un joven– “mejor que tu
mujer sea menos inteligente que tú, es un buen consejo”. Este sujeto sabe que
no es muy moral lo que recomienda, pero cree que es ventajoso. En otras
ocasiones ese descaro adquiere otros matices, por ejemplo: Justificar la
instalación de plantas eólicas en parques naturales, con un “pero ¿no queríais
energías alternativas?”. Esto es, utilizar una razón compartida, pero de la que
descree quien la utiliza, y la usa con cierta ironía que muestra ese
descreimiento, para justificar algo que sabe injustificable. Voltaire podía
decir aquello de que “la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la
virtud”, lo que ya no puede decirse del cinismo, que no disimula, pues no es
una simple mentira, es una mentira que deja que se entrevea como tal. Este es
su lado irónico, por el que el cínico quiere exhibir su inteligencia al estar
más allá de la creencia común, pero también por donde se percibe su doblez
interesada, lo que es motivo de indignación en los demás. Este
cinismo es el propio de las élites dominantes.
No tomamos aquí en consideración, pues, la acepción
del término en el sentido filosófico, el que está en relación con una
determinada escuela moral cuyo origen está en la Grecia antigua, y que si bien
no es ajeno a lo anterior en cuanto descaro o desvergüenza, a diferencia de él
tiene un carácter eminentemente crítico con respecto a conductas y formas de
vida arraigadas. No será necesario, por tanto, acudir a diferenciar
gráficamente como hacía Sloterdijk en su libro Crítica de la razón cínica entre
cinismo y lo que correspondería a la mencionada corriente filosófica, quinismo.
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