El genocida Anwar Congo (centro), en un fotograma del documental 'The Act of Killing'. |
Título original: "En Indonesia matamos a todos los comunistas"
Joshua Oppenheimer muestra en 'The Act of Killing' a los genocidas de Indonesia fanfarroneando y recreando en un rodaje las torturas y asesinatos que cometieron tras el golpe militar de 1965. Los asesinos son tratados hoy como héroes nacionales
BEGOÑA PIÑA,
Madrid 30/08/2013
Un director de cine pide a un
asesino que recree para una película las torturas y crímenes que cometió en su
vida real. Éste, encantado con la oferta, se dispone a ello con entusiasmo y
diligencia. El resultado del experimento es una alucinación cinematográfica que
adquiere proporciones épicas cuando se descubre que el criminal es uno de los
líderes más sanguinarios de los escuadrones de la muerte de Indonesia, bandas
de carniceros que en 1965 acabaron con la vida de un millón de personas en
menos de un año. The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer, es la consecuencia
de ese espeluznante delirio de fama de los genocidas indonesios, que hoy
todavía viven como héroes en su país. La película se estrena el 30 de agosto en
España.
Werner Herzog, uno de los cineastas
que más genialidad ha aportado al cine documental, ha demostrado públicamente
su asombro ante The Act of Killing. "No he visto una película tan potente,
surreal y terrorífica en al menos una década", ha dicho y, desde luego, ha
dado en el clavo con los adjetivos y con el orden en que los ha mencionado. Tan
pasmosa, tan demencial es la historia de esta película, que la primera reacción
ante ella es de sorpresa. Una especie de estupefacción que se convierte en
aturdimiento y confusión antes de transformarse en espanto y, finalmente, en
algo muy parecido a la angustia física.
Los escuadrones de la muerte
Anwar Congo, uno de los cabecillas
de los escuadrones de la muerte que actuaron en Indonesia tras el golpe militar
contra el presidente Sukarno, es la estrella de esta película. Verdugo
responsable, según sus palabras, de la tortura y asesinato con sus propias
manos de más de mil personas, escenifica ante la cámara los crímenes que
cometió, explica cómo perpetraba sus agresiones y se vanagloria de haberse inspirado
para ello en las películas de gángsteres que estrenaban en el cine.
Werner Herzog: "No he visto una
película tan potente, surreal y terrorífica en la última década".
Matón de cine, en su juventud él y
sus amigos controlaban el mercado negro de entradas. El ejército les reclutó
tras el golpe para los escuadrones de la muerte porque sabía que odiaban a los
comunistas -principales boicoteadores de las películas de EEUU, las más
rentables en los cines- y ya habían demostrado que eran capaces de cualquier acto
de violencia. Hoy, casi cincuenta años después, Anwar Congo es una figura
venerada en Indonesia.
Fundador de una poderosísima
organización paramilitar (Juventud de Pancasila), en la que figuran
públicamente ministros del Gobierno, se le trata con todos los honores. Es la
imagen, el símbolo, de un país demente, que aplaude la corrupción y la
violencia. Un país en el que los genocidas son invitados de lujo en los
programas de televisión, donde se explayan sobre sus proyectos cinematográficos
y sobre sus aterradores asesinatos reales. Un país donde una buena parte de la
población sigue viviendo completamente aterrorizada y a la que da la espalda el
resto del planeta.
Palabra de genocida
"Matar está prohibido, por
tanto, todos los asesinos son castigados, a menos que maten en grandes
cantidades y al sonido de las trompetas". Son las palabras de Voltaire con
las que se abre esta película, en la que conviven las escenas del pavoroso
rodaje en el que trabajan los criminales, con imágenes de ellos en otras
situaciones y ante la cámara contestando a las preguntas del equipo de
Oppenheimer.
- ¿Cómo exterminó a los comunistas?
- Los matamos a todos. Eso fue lo
que pasó.
"No importa si acaba en la
pantalla grande o en la televisión", dice Anwar Congo refiriéndose a la
película que están rodando y antes de añadir: "Tenemos que demostrar que
ésta es la historia, que esto es lo que somos, para que la gente en el futuro
lo recuerde". Un esfuerzo tardío después de hablar ante las cámaras de
este documental, pues es absolutamente imposible olvidar lo que cuentan, cómo
lo cuentan y, lo peor, cómo lo celebran.
Anwar Congo baila vestido como un
gangster de película después de mostrar el sitio donde llevaba a cabo las
torturas. "Al principio los apaleábamos hasta la muerte, pero había
muchísima sangre (...). Cuando limpiábamos, el olor era terrible. Para evitar
la sangre, teníamos un sistema". Y dicho esto, unos pasos de chachachá.
Estremecedor.
"Matar a gente que no quería morir"
Testimonios como éste se suceden a
lo largo de toda la película y no solo procedentes del recuerdo de Anwar Congo.
Un editor de prensa -"mi trabajo era hacer que el público odiase a los
comunistas"-, un líder paramilitar local que hace ante las cámaras una
ronda de extorsión en el mercado exigiendo dinero, el mismísimo vicepresidente
del país, otro verdugo de la época, un miembro del Parlamento de Sumatra del
Norte o el subsecretario de Juventud y Deporte hacen sus personales aportaciones
al documental, dejando constancia de una de las cosas más sorprendentes de
todas, la absoluta banalidad con que todos perciben el genocidio cometido y la
perfecta impunidad que han construido a su alrededor.
Anwar Congo reconoce que torturó y mató a
mil personas con sus propias manos.
"¿A cuántas personas
mató?" pregunta a Anwar Congo con una sonrisa deslumbrante una
presentadora de la TVRI, televisión pública de Indonesia. "A unas
mil", contesta él también sonriente. Espeluznante y, al mismo tiempo,
lógico. Al fin y al cabo, Anwar Congo y sus colegas torturadores están ahí
haciendo publicidad, promocionando la película que han rodado describiendo sus
asesinatos.
La aberración ha llegado aquí a su
punto culminante. Han pasado casi dos horas desde que comenzara la película y
el espectador ha asistido al grotesco espectáculo de la fanfarronería de unos
asesinos de masas. En todo ese tiempo se habrá preguntado, seguramente varias
veces, ¿cómo es posible vivir con ello y ni siquiera arrepentirse? La respuesta
es que probablemente no es posible.
"Sé que mis pesadillas las
causa lo que hice, matar a gente que no quería morir", dice en un momento
del documental Anwar Congo, cada vez más afectado por el proceso de rodaje de
la película y a quien la cámara de Oppenheimer graba también mientras
interpreta el papel de víctima en una de sus recreaciones. Momento clave para
el genocida y para The Act of Killing, éste en que el asesino se pone en lugar
de sus víctimas. Es una secuencia que conduce al final de este documento. Y
aquí, las turbulencias emocionales por las que ha pasado el espectador son
tantas y tan profundas que ya es muy difícil decidir si ese hombre -en el que
algo ahora ha cambiado- está arrepentido
o si lo que siente es asco ante la marea de sangre provocada o si es que
realmente no quería entender y ahora, por fin, ha entendido lo que significa el
acto de matar.
"UNA TÉCNICA DE RODAJE PARA INTENTAR COMPRENDER"
Ganadora de múltiples premios, esta
película se gestó después de tres años que el director Joshua Oppenheimer
dedicó a rodar a los supervivientes de las masacres de 1965 y 1966. En ese
tiempo, el equipo de la película fue amenazado, acosado y advertido para que
abandonara. Sin embargo, "los asesinos estaban más que dispuestos a ayudarnos
y, cuando los filmamos fanfarroneando sobre sus crímenes contra la humanidad,
no encontramos ninguna oposición. Se nos abrieron todas las puertas". Y
ahí, en medio de lo que Oppenheimer llamar "esa extraña situación",
se inició un segundo punto de inicio de la película.
Propusieron a los gángsteres que
rodaran su propia película y que se interpretaran a ellos mismos y a sus
víctimas. "Los protagonistas se sentían seguros explorando sus recuerdos y
sentimientos más profundos; y su humor más negro. Yo me sentía seguro
desafiándolos continuamente sobre lo que hicieron, sin miedo de que me
arrestaran o me golpearan".
"He desarrollado una técnica de
rodaje con la que he intentado comprender por qué la extrema violencia, que
muchos consideramos impensable, no solo es posible, sino que se ejerce
rutinariamente. He intentado comprender el vacío ético que hace posible que los
responsables del genocidio sean homenajeados en la televisión pública con
vítores y sonrisas -dice el director-. Asimismo intentamos arrojar luz sobre
uno de los capítulos más oscuros en la historia humana, tanto local como
global; y expresar los costes reales de la ceguera, el oportunismo y la
incapacidad para controlar la codicia y el ansia de poder en una sociedad
mundial cada vez más unificada. Finalmente ésta no es una historia sobre
Indonesia, es una historia sobre todos nosotros".
EL GOLPE MILITAR DE 1965
En 1965, el Gobierno indonesio fue
derrocado por los militares. Sukarno, el primer presidente de Indonesia,
fundador del movimiento no alineado y líder de la revolución nacional contra el
colonialismo holandés, fue destituido y reemplazado por el general Suharto. El
Partido Comunista Indonesio (PKI), que había apoyado firmemente al presidente
Sukarno, que no era comunista, fue prohibido de inmediato. La víspera del
golpe, el PKI era el partido comunista más grande del mundo fuera de un país
comunista.
Después del golpe militar de 1965,
cualquiera podía ser acusado de ser comunista: sindicalistas, granjeros sin
tierras, intelectuales, la etnia china... "En menos de un año y con la
ayuda directa de ciertos gobiernos occidentales, más de un millón de estos comunistas
fueron asesinados", asegura el equipo de The Act of Killing.
Estados Unidos aplaudió la masacre,
que se consideró "una grandiosa victoria sobre el comunismo". La
revista Time informaba diciendo que era una de "las mejores noticias para
Occidente desde hace años en Asia", mientras que The New York Times
titulaba: "Un destello de luz en Asia".
Fonte: Público.es
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