Vicenç Navarro*
A la vez que Benedicto XVI alentaba en Madrid a los
jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud a que se dedicaran a servir a los
pobres, siguiendo supuestamente las enseñanzas de la Iglesia católica, se
publicó en una revista de Haití (el país con un porcentaje mayor de su
población viviendo en situación de pobreza), llamada Haïti Liberté, unos datos
hasta entonces confidenciales, dados a conocer por Wikileaks, sobre la activa
intervención del Vaticano en aquel país para impedir el desarrollo de políticas
encaminadas a erradicar la pobreza, lideradas por el expresidente Jean-Bertrand
Aristide, que deseaba volver desde su exilio para continuar desarrollándolas.
En realidad, lo ocurrido en Haití es muy
representativo de lo que ha ocurrido en países mal llamados “pobres”. Haití no
es un país pobre. En realidad, es rico, siendo su tierra enormemente fértil.
Durante muchos años fue uno de los mayores productores del mundo de café y
azúcar. A pesar de ello, la gran mayoría de la población es muy pobre. Y la causa
de ello es la enorme concentración de las tierras y del crédito en manos de una
oligarquía que ha regido el país desde hace muchos años.
Conjuntamente con las familias que constituían la
oligarquía, ha existido un entramado internacional –dirigido por EEUU, Francia
y también por el Vaticano– que ha mantenido a aquel país en la pobreza. Una de
ellas fue la familia Duvalier, a la que la Madre Teresa –que será beatificada
pronto– definió, por cierto, como “el gran amigo de los pobres” (por haber
donado dinero a un programa caritativo dirigido por tal figura católica en
Haití). Tal familia, enormemente corrupta y cruel, asesinó a más de 60.000
opositores. Una rebelión popular forzó su caída y huida del país. Así fue como
surgió el Gobierno Aristide, que inició las únicas reformas progresistas que
aquel país ha conocido, que incluyeron una reforma agraria, la reforestación de
las tierras, la sindicalización del sector textil y el aumento de los salarios.
Tales reformas afectaron inevitablemente los intereses de tal oligarquía
(incluyendo los de la Iglesia católica, que había sido uno de sus pilares
ideológicos), lo que creó grandes resistencias, que culminaron con un golpe
militar, apoyado, de nuevo, por EEUU y Francia, y también por el Vaticano. Más
de 3.000 personas murieron en aquel golpe, muchos de ellos militantes del
partido político del presidente Aristide. Se inició también entonces una
campaña internacional mediática para desprestigiar a Aristide, acusándole de
traficar con drogas (sin que nunca se aportaran datos que apoyaran tales
acusaciones).
Las fuerzas militares de EEUU desplazaron físicamente
al presidente Aristide a Sudáfrica, donde permaneció exiliado, y desde donde
intentó en múltiples ocasiones poder volver a su país, lo cual no fue posible
debido a la oposición activa del Gobierno estadounidense, del Gobierno francés
y también del Vaticano. El diario Haïti Liberté ha publicado las
comunicaciones, hasta ahora secretas, entre oficiales de la diplomacia
estadounidense, francesa y del Vaticano que muestran la campaña internacional
orquestada por tales estados a fin de desacreditar a Aristide e impedir su
vuelta a Haití. El intento queda claramente indicado en una escucha secreta a
la embajadora de EEUU en Haití, Janet Sanderson, en la que explícitamente
indica que: “Es importante impedir el resurgimiento populista y antieconomía de
mercado que se originaría con la vuelta de Aristide”.
Desafortunadamente, las tropas de Naciones Unidas
están contribuyendo a esta labor. Escuchas hechas públicas ahora muestran
también cómo el oficial guatemalteco, representante de las Naciones Unidas en
Haití, trabajó estrechamente con el Gobierno de EEUU con el objetivo de evitar
la vuelta de Aristide e imposibilitar el resurgir del movimiento Lavalle pro
Aristide, que continuó prohibido en Haití, no permitiéndosele que participara
en las elecciones fraudulentas que se han estado realizando en aquel país. El
anterior secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, presionó al
Gobierno de Thabo Mbeki de Suráfrica para que retuviera a Aristide y no le
permitiera volver a Haití, ya que supuestamente originaría lo que el Vaticano,
en otra escucha, definió como una “catástrofe”. El subsecretario de la
diplomacia vaticana, monseñor Ettore Balestrero, en una comunicación con el
arzobispo de Haití, Bernardito Auza, subrayó lo catastrófico que sería para
Haití la vuelta de Aristide. Bernardito Auza insistió en la necesidad de que el
Vaticano se pusiera en contacto con las autoridades eclesiásticas católicas en
Sudáfrica para que presionaran a fin de que Aristide no volviera a Haití. El
Vaticano actuó con plena coordinación con el Departamento de Estado de EEUU.
El problema de esta movilización internacional es que
la población de Haití tiene memoria. Según los datos del propio embajador de
EEUU, Aristide continuaba siendo (en 2005) “la única figura en Haití que tenía
un apoyo favorable por encima del 50% de la población”. De ahí la constante
oposición a que Duvalier volviera a Haití.
Mientras, las medidas a favor de expandir la “economía
de mercado”, que tales autoridades han favorecido para Haití, con la
eliminación de medidas proteccionistas, han significado la invasión en el
mercado de productos alimenticios procedentes de EEUU, destruyendo la economía
nativa de Haití. Políticamente, las últimas elecciones fraudulentas (en las que
participó sólo el 24% del electorado) mostraron que el sistema político carecía
de legitimidad. El permiso del Gobierno de Haití al dictador Duvalier de volver
a Haití creó una movilización nacional e internacional de oposición tal que el
Gobierno la intentó paliar permitiendo la vuelta de Aristide, aunque el
establishment de Haití (incluyendo la Iglesia católica) obstaculiza el
desarrollo auténticamente democrático que permitiría a Aristide y a su partido
volver al poder.
*
Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu
Fabra.
Fonte: Nueva
Tribuna
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