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quinta-feira, 8 de novembro de 2012

Líbia: a primeira guerra mundial da água

Foto: ea.com.py

“Los tiempos del ‘agua fácil’ se han acabado. Con el aumento de la escasez, las decisiones sobre asignación y uso del agua serán cada vez más políticas...”.
(Consejo Mundial del Agua)

JUAN JORGE FAUNDES

No es ciencia ficción. Las Naciones Unidas pronostican que para 2025 (¡en quince años más!) 1.800 millones de personas, un tercio de la población del planeta, vivirán en países o regiones con escasez absoluta de agua dulce, mientras los otros dos tercios padecerán grave escasez y vivirán en condiciones de estrés hídrico. Cinco años más tarde, en 2030, “casi la mitad de la población mundial vivirá en áreas de estrés hídrico, incluidos entre 75 y 250 millones de personas de Africa. Además, la escasez de agua en áreas áridas o semiáridas provocará el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de personas...”.
No estamos hablando de algún supuesto sensacionalismo ambientalista, sino de cifras producto de estudios e informes del Global International Waters Assessment, Evaluación Global de Aguas Internacionales (GIWA), organismo de Naciones Unidas. Para entonces (2030) la población de la Tierra se habrá incrementado en otros 2,6 mil millones de habitantes y el consumo mundial de agua se habrá duplicado. Podemos, por lo tanto, inferir que se trata de un buen motivo para que Estados Unidos y Europa quieran asegurarse de no ser ellos quienes morirán de sed. Sobre todo si Libia, y el norte de Africa en su conjunto, gozan bajo su superficie de la mayor y primera reserva de agua dulce del planeta, concentrada en cinco acuíferos que entre todos reúnen un verdadero océano de más de 150 mil kilómetros cúbicos de agua dulce.
Bajo Libia hay más de 35 mil kilómetros cúbicos de agua dulce, en las cuencas de Kufra, situada en el sureste cerca de la frontera con Egipto, con una capacidad estimada de 20.000 km³; de Sirte (10.000 km³); de Murzuk, al sur de Jabal Fezzan (4.800 km³) y las cuencas Hamadah y Jufrah, que se extienden desde el Arco Qargaf y Jabal Sawda a la costa. Pero la mayor acumulación del norte africano es el acuífero de Piedra Arenisca, en la región de Nubia, en la parte oriental del desierto del Sahara, entre Libia, Egipto, Chad y Sudán, que contiene 75.000 kilómetros cúbicos de agua dulce. Libia produce menos del dos por ciento del consumo mundial de petróleo (ver PF 732: “La guerra de Obama y la OTAN: ¿Pax romana o Waterloo?”). Por lo tanto, el agua y no el petróleo parece ser el móvil real de la actual guerra, que sería así la primera guerra mundial del agua. La que, sin embargo, no es independiente del interés petrolero.
En efecto, no deja de ser curioso que entre los 31 países que ya enfrentan escasez de agua se encuentren los “vecinos” de Libia en el área del Golfo Pérsico y del Canal de Suez, como Iraq, Egipto, Somalia, Jordania, Túnez y Kuwait. Estados Unidos, y en general Occidente, necesitan de la estabilidad del mundo petrolero. Recordemos (PF Nº732) que el 65,3 por ciento del petróleo del planeta está en el área del Golfo y que la estabilidad de todo organismo terráqueo requiere de agua. El proceso de equilibrio de los organismos vivos o sociales se llama homeostasis y las funciones que procuran el equilibro son homeostáticas. La guerra cumple esa función, cuando se trata de mantener estable (como en una sala de urgencias) al “sistema cardiovascular” que bombea petróleo, la “sangre” de la civilización cristiano-occidental. El control de Libia (vía subterfugios supuestamente humanitarios y democráticos) y del norte de Africa asegura que la primera reserva de agua dulce del planeta abastezca a las monarquías, autarquías y democracias pro-occidentales del cercano y medio oriente. Sin perjuicio, por supuesto, de que en el futuro se construyan tuberías que crucen el Mediterráneo hacia Europa.
Porque según Naciones Unidas ya todos los continentes están siendo afectados por la escasez de agua. Mil 200 millones de personas, una quinta parte de la población mundial, vive hoy en zonas de carencia de agua, muchas de ellas paradójicamente en Africa, enfermándose y muriendo, sin gozar de ninguna guerra humanitaria que se haya desatado en su nombre, mientras 500 millones más están próximos a sufrir lo mismo; la escasez total. Otros 1.600 millones, una cuarta parte de la población planetaria, ya sufre situaciones de escasez en países que carecen de capacidad financiera y técnica para transportar desde ríos y acuíferos el vital y esencial elemento.
Pero podemos suponer que la muerte, literalmente, de sed de las personas no importa tanto a Occidente, sino que interesa la supervivencia de las grandes transnacionales. El agua dulce es materia prima en un 65 por ciento de la agricultura (de la cual sólo un 30 por ciento es restituida al planeta) y en un 25 por ciento de las industrias. Sólo un 10 por ciento es consumido por los hogares. Tanto las industrias como los hogares restituyen cerca del 90 por ciento (aunque en un importante porcentaje se devuelve a la Tierra un agua contaminada por pesticidas y desechos sólidos).
La Coca-Cola y otras transnacionales de bebidas gaseosas y cervezas están muy interesadas en el agua dulce, ya que es materia prima de su negocio. La Coca-Cola utiliza casi 300 mil millones de litros de agua al año. La burguesía global se ha dado cuenta de que el límite de su expansión no es el petróleo (todavía hay reservas conocidas al menos para un siglo) sino, sobre todo y urgentemente, el agua.
El problema es grave porque a pesar de que el 70 por ciento del globo terráqueo está cubierto por agua, el 97,5 por ciento es salada y sólo el 2,5 por ciento es dulce. Del agua dulce gran parte está congelada en los glaciares y un 0,6 por ciento se encuentra sepultado en océanos subterráneos como el del Sahara. Sólo está a la mano para ser consumido el uno por ciento del agua dulce existente.

Crisis del agua en EE.UU.
Una investigación adelantada por los investigadores Tim Barnett, físico marino, y el científico experto en clima, David Pierce, patrocinada por un programa conjunto entre la Universidad de California en San Diego, la empresa Lawrence Livermore National Laboratory y por la Comisión de Energía de California, concluyó, en 2008, que “existe un cincuenta por ciento de probabilidad de que el lago Mead (sistema acuífero superficial que incluye al lago Powell), la reserva de agua más grande de Estados Unidos de Norteamérica y una fuente fundamental de agua para millones de personas en el sudoeste de Estados Unidos, se llegue a secar para el año 2021 si el clima continúa cambiando como se pronostica y no se reduce el uso del agua”.
Barnett declaró: “Nos quedamos aturdidos ante la magnitud del problema y la rapidez con que se nos aproxima. ¡Hay que tomarlo en serio! Este problema del agua no es una abstracción científica, sino algo que nos impactará a todos y cada uno de los que vivimos en el sudoeste de Estados Unidos”. “Es probable que represente cambios verdaderos en la manera como vivimos y hacemos negocios en esta región”, añadió Pierce. El sistema lago Mead/lago Powell incluye un trecho del río Colorado en el norte de Arizona. Los acueductos que allí se originan llevan el agua a las ciudades de Las Vegas, Los Angeles, San Diego y a otras comunidades en el sudoeste estadounidense.
Grave, además, es la situación del acuífero del Ollagala, Dakota del Sur, cuya extracción es tres veces mayor que la recarga, lo que se considera una peligrosa y excesiva explotación. Este acuífero alimenta el equivalente al 20 por ciento de la superficie irrigada en EE.UU., tiene una superficie de 450 mil kilómetros cuadrados y sus reservas son de 6.000 km3: pero disminuye unos 15 km3 por año.
La gestión del agua a escala mundial está a cargo del Consejo Mundial del Agua (WWC, por sus siglas en inglés), entidad creada en 1996 que cuenta con el financiamiento de instituciones bancarias, corporaciones multinacionales, organismos multilaterales y gobiernos del hemisferio norte. El Banco Mundial, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, y la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional crearon por su parte la Asociación Mundial del Agua (GWP). Pero el paso cansino de los organismos internacionales y sus vacilaciones ante las demandas ambientalistas y de quienes proclaman el derecho humano a un agua dulce y potable, como inherente al derecho a la vida, parece haber colmado la paciencia del buen Obama y de sus socios occidentales. De ahí su mirada focalizada en el Sahara y en particular en Libia, que tiene una cualidad muy especial. Su océano subterráneo no es todavía inaccesible, como varios de los existentes en el globo, sino que el gobierno de Gaddafi ya ha comenzado la extracción.

El gran río artificial
En Libia el agua necesaria para satisfacer la sed occidental está ahí mismo, apenas brincando el Mediterráneo. Y desde 1983 está siendo implementado por el gobierno libio (el de Gaddafi) el Great Manmade River Project, el Proyecto del Gran Río Artificial (GMRA, por sus siglas en inglés) consistente en un tubo de hormigón prensado de cuatro metros de diámetro y más de cuatro mil kilómetros de largo que cuando esté totalmente listo -si esta guerra no dice otra cosa-, transportará desde las fuentes acuíferas subterráneas del deshabitado sur libio un total de seis millones de metros cúbicos diarios de agua a las áreas pobladas del norte.
De hecho, la capital, Trípoli, y varias otras ciudades ya se nutren del océano subterráneo de agua dulce a través de este río. A este ritmo, 1.000 litros de agua por habitante al día, en cincuenta años se consumiría apenas el 0,5 por ciento (109 kilómetros cúbicos), y sólo de la menor de las cuencas, la de Kufra. O sea, hay agua para rato. La construcción del GMRA ha sido ejecutada según normas ISO de la más alta calidad y conforme a las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El costo del proyecto fue de 5.500 millones de dólares en su primera fase, 8.000 millones en la segunda y está calculado un costo de 6.000 millones para la tercera. Todo dinero puesto por el Estado y financiado en parte por impuestos a productos petrolíferos, tabaco y comercio internacional. En la actualidad el agua subterránea cubre el 96 por ciento de la demanda nacional libia.
Según la historiadora geopolítica argentina Elsa Bruzzone: “Un informe del Pentágono de fines de febrero de 2004, que coincide con el mismo pronóstico de Naciones Unidas, propone lisa y llanamente al gobierno de Estados Unidos el despliegue de las fuerzas armadas por todo el planeta para tomar el control de estos recursos, especialmente el agua, dondequiera que se encuentre, porque es vital para la supervivencia de Estados Unidos como potencia rectora del mundo”. Está claro que la guerra del agua en Libia no es una improvisación, al menos desde hace siete años estaba en los planes del Pentágono y sólo a la espera de una oportunidad. Esta ya se presentó.

Y también… Sudamérica
La historiadora Sara Bruzzone agrega que el gobierno de Estados Unidos tiene también sus ojos puestos en otra reserva de agua más próxima que la del Sahara. Está situada en su propio patio trasero: el Acuífero Guaraní, en la llamada Triple Frontera (Argentina, Brasil, Paraguay) donde se encuentran 55 mil kilómetros cúbicos de agua dulce que está almacenada desde hace veinte mil años. En ese contexto, Estados Unidos pidió a la Organización de Estados Americanos (OEA) “la formación de una fuerza militar combinada entre Argentina, Brasil, Paraguay y Estados Unidos, dentro del marco del Comité Interamericano de Lucha contra el Terrorismo”, dice Bruzzone, para controlar la Triple Frontera y protegerla de actividades terroristas de grupos como Al Qaeda y Hezbollah. O sea, un argumento tan ridículo como el “terrorismo islámico” para justificar la militarización de la zona donde está un acuífero casi tan grande como los del Norte de Africa. Y ahora que supuestamente ha sido asesinado el símbolo del terror, ¿qué inventarán?
Hay más reservas de agua importantes, como el lago Baikal, en Siberia y la cuenca Artesiana, en Australia, pero éstas, la del norte africano y la de Sudamérica, son las que geopolítica y geoestratégicamente están más al alcance de la mano del imperio cristiano-occidental. En todo caso, a la vista de los hechos, ya no se trata de ciencia ni de política ficción: si las guerras del siglo XXI serán las del agua, ya comenzaron.
Fonte: Punto Final

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