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“Los tiempos del ‘agua
fácil’ se han acabado. Con el aumento de la escasez, las decisiones sobre
asignación y uso del agua serán cada vez más políticas...”.
(Consejo Mundial del
Agua)
JUAN JORGE FAUNDES
No es ciencia ficción. Las Naciones Unidas pronostican
que para 2025 (¡en quince años más!) 1.800 millones de personas, un tercio de
la población del planeta, vivirán en países o regiones con escasez absoluta de
agua dulce, mientras los otros dos tercios padecerán grave escasez y vivirán en
condiciones de estrés hídrico. Cinco años más tarde, en 2030, “casi la mitad de
la población mundial vivirá en áreas de estrés hídrico, incluidos entre 75 y
250 millones de personas de Africa. Además, la escasez de agua en áreas áridas
o semiáridas provocará el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de
personas...”.
No estamos hablando de algún supuesto sensacionalismo
ambientalista, sino de cifras producto de estudios e informes del Global
International Waters Assessment, Evaluación Global de Aguas Internacionales
(GIWA), organismo de Naciones Unidas. Para entonces (2030) la población de la
Tierra se habrá incrementado en otros 2,6 mil millones de habitantes y el
consumo mundial de agua se habrá duplicado. Podemos, por lo tanto, inferir que
se trata de un buen motivo para que Estados Unidos y Europa quieran asegurarse
de no ser ellos quienes morirán de sed. Sobre todo si Libia, y el norte de
Africa en su conjunto, gozan bajo su superficie de la mayor y primera reserva
de agua dulce del planeta, concentrada en cinco acuíferos que entre todos
reúnen un verdadero océano de más de 150 mil kilómetros cúbicos de agua dulce.
Bajo Libia hay más de 35 mil kilómetros cúbicos de
agua dulce, en las cuencas de Kufra, situada en el sureste cerca de la frontera
con Egipto, con una capacidad estimada de 20.000 km³; de Sirte (10.000 km³); de
Murzuk, al sur de Jabal Fezzan (4.800 km³) y las cuencas Hamadah y Jufrah, que
se extienden desde el Arco Qargaf y Jabal Sawda a la costa. Pero la mayor
acumulación del norte africano es el acuífero de Piedra Arenisca, en la región
de Nubia, en la parte oriental del desierto del Sahara, entre Libia, Egipto,
Chad y Sudán, que contiene 75.000 kilómetros cúbicos de agua dulce. Libia
produce menos del dos por ciento del consumo mundial de petróleo (ver PF 732:
“La guerra de Obama y la OTAN: ¿Pax romana o Waterloo?”). Por lo tanto, el agua
y no el petróleo parece ser el móvil real de la actual guerra, que sería así la
primera guerra mundial del agua. La que, sin embargo, no es independiente del
interés petrolero.
En efecto, no deja de ser curioso que entre los 31
países que ya enfrentan escasez de agua se encuentren los “vecinos” de Libia en
el área del Golfo Pérsico y del Canal de Suez, como Iraq, Egipto, Somalia,
Jordania, Túnez y Kuwait. Estados Unidos, y en general Occidente, necesitan de
la estabilidad del mundo petrolero. Recordemos (PF Nº732) que el 65,3 por
ciento del petróleo del planeta está en el área del Golfo y que la estabilidad
de todo organismo terráqueo requiere de agua. El proceso de equilibrio de los
organismos vivos o sociales se llama homeostasis y las funciones que procuran
el equilibro son homeostáticas. La guerra cumple esa función, cuando se trata
de mantener estable (como en una sala de urgencias) al “sistema cardiovascular”
que bombea petróleo, la “sangre” de la civilización cristiano-occidental. El
control de Libia (vía subterfugios supuestamente humanitarios y democráticos) y
del norte de Africa asegura que la primera reserva de agua dulce del planeta
abastezca a las monarquías, autarquías y democracias pro-occidentales del cercano
y medio oriente. Sin perjuicio, por supuesto, de que en el futuro se construyan
tuberías que crucen el Mediterráneo hacia Europa.
Porque según Naciones Unidas ya todos los continentes
están siendo afectados por la escasez de agua. Mil 200 millones de personas,
una quinta parte de la población mundial, vive hoy en zonas de carencia de
agua, muchas de ellas paradójicamente en Africa, enfermándose y muriendo, sin
gozar de ninguna guerra humanitaria que se haya desatado en su nombre, mientras
500 millones más están próximos a sufrir lo mismo; la escasez total. Otros
1.600 millones, una cuarta parte de la población planetaria, ya sufre
situaciones de escasez en países que carecen de capacidad financiera y técnica
para transportar desde ríos y acuíferos el vital y esencial elemento.
Pero podemos suponer que la muerte, literalmente, de
sed de las personas no importa tanto a Occidente, sino que interesa la
supervivencia de las grandes transnacionales. El agua dulce es materia prima en
un 65 por ciento de la agricultura (de la cual sólo un 30 por ciento es
restituida al planeta) y en un 25 por ciento de las industrias. Sólo un 10 por
ciento es consumido por los hogares. Tanto las industrias como los hogares
restituyen cerca del 90 por ciento (aunque en un importante porcentaje se
devuelve a la Tierra un agua contaminada por pesticidas y desechos sólidos).
La Coca-Cola y otras transnacionales de bebidas
gaseosas y cervezas están muy interesadas en el agua dulce, ya que es materia
prima de su negocio. La Coca-Cola utiliza casi 300 mil millones de litros de
agua al año. La burguesía global se ha dado cuenta de que el límite de su
expansión no es el petróleo (todavía hay reservas conocidas al menos para un
siglo) sino, sobre todo y urgentemente, el agua.
El problema es grave porque a pesar de que el 70 por
ciento del globo terráqueo está cubierto por agua, el 97,5 por ciento es salada
y sólo el 2,5 por ciento es dulce. Del agua dulce gran parte está congelada en
los glaciares y un 0,6 por ciento se encuentra sepultado en océanos
subterráneos como el del Sahara. Sólo está a la mano para ser consumido el uno
por ciento del agua dulce existente.
Crisis del agua en EE.UU.
Una investigación adelantada por los investigadores
Tim Barnett, físico marino, y el científico experto en clima, David Pierce,
patrocinada por un programa conjunto entre la Universidad de California en San
Diego, la empresa Lawrence Livermore National Laboratory y por la Comisión de
Energía de California, concluyó, en 2008, que “existe un cincuenta por ciento
de probabilidad de que el lago Mead (sistema acuífero superficial que incluye
al lago Powell), la reserva de agua más grande de Estados Unidos de
Norteamérica y una fuente fundamental de agua para millones de personas en el
sudoeste de Estados Unidos, se llegue a secar para el año 2021 si el clima
continúa cambiando como se pronostica y no se reduce el uso del agua”.
Barnett declaró: “Nos quedamos aturdidos ante la
magnitud del problema y la rapidez con que se nos aproxima. ¡Hay que tomarlo en
serio! Este problema del agua no es una abstracción científica, sino algo que
nos impactará a todos y cada uno de los que vivimos en el sudoeste de Estados
Unidos”. “Es probable que represente cambios verdaderos en la manera como
vivimos y hacemos negocios en esta región”, añadió Pierce. El sistema lago
Mead/lago Powell incluye un trecho del río Colorado en el norte de Arizona. Los
acueductos que allí se originan llevan el agua a las ciudades de Las Vegas, Los
Angeles, San Diego y a otras comunidades en el sudoeste estadounidense.
Grave, además, es la situación del acuífero del
Ollagala, Dakota del Sur, cuya extracción es tres veces mayor que la recarga,
lo que se considera una peligrosa y excesiva explotación. Este acuífero
alimenta el equivalente al 20 por ciento de la superficie irrigada en EE.UU.,
tiene una superficie de 450 mil kilómetros cuadrados y sus reservas son de
6.000 km3: pero disminuye unos 15 km3 por año.
La gestión del agua a escala mundial está a cargo del
Consejo Mundial del Agua (WWC, por sus siglas en inglés), entidad creada en
1996 que cuenta con el financiamiento de instituciones bancarias, corporaciones
multinacionales, organismos multilaterales y gobiernos del hemisferio norte. El
Banco Mundial, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, y la
Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional crearon por su parte la
Asociación Mundial del Agua (GWP). Pero el paso cansino de los organismos
internacionales y sus vacilaciones ante las demandas ambientalistas y de
quienes proclaman el derecho humano a un agua dulce y potable, como inherente
al derecho a la vida, parece haber colmado la paciencia del buen Obama y de sus
socios occidentales. De ahí su mirada focalizada en el Sahara y en particular
en Libia, que tiene una cualidad muy especial. Su océano subterráneo no es
todavía inaccesible, como varios de los existentes en el globo, sino que el
gobierno de Gaddafi ya ha comenzado la extracción.
El gran río artificial
En Libia el agua necesaria para satisfacer la sed
occidental está ahí mismo, apenas brincando el Mediterráneo. Y desde 1983 está
siendo implementado por el gobierno libio (el de Gaddafi) el Great Manmade
River Project, el Proyecto del Gran Río Artificial (GMRA, por sus siglas en
inglés) consistente en un tubo de hormigón prensado de cuatro metros de
diámetro y más de cuatro mil kilómetros de largo que cuando esté totalmente
listo -si esta guerra no dice otra cosa-, transportará desde las fuentes
acuíferas subterráneas del deshabitado sur libio un total de seis millones de
metros cúbicos diarios de agua a las áreas pobladas del norte.
De hecho, la capital, Trípoli, y varias otras ciudades
ya se nutren del océano subterráneo de agua dulce a través de este río. A este
ritmo, 1.000 litros de agua por habitante al día, en cincuenta años se
consumiría apenas el 0,5 por ciento (109 kilómetros cúbicos), y sólo de la
menor de las cuencas, la de Kufra. O sea, hay agua para rato. La construcción
del GMRA ha sido ejecutada según normas ISO de la más alta calidad y conforme a
las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El costo del
proyecto fue de 5.500 millones de dólares en su primera fase, 8.000 millones en
la segunda y está calculado un costo de 6.000 millones para la tercera. Todo
dinero puesto por el Estado y financiado en parte por impuestos a productos
petrolíferos, tabaco y comercio internacional. En la actualidad el agua
subterránea cubre el 96 por ciento de la demanda nacional libia.
Según la historiadora geopolítica argentina Elsa
Bruzzone: “Un informe del Pentágono de fines de febrero de 2004, que coincide
con el mismo pronóstico de Naciones Unidas, propone lisa y llanamente al
gobierno de Estados Unidos el despliegue de las fuerzas armadas por todo el
planeta para tomar el control de estos recursos, especialmente el agua,
dondequiera que se encuentre, porque es vital para la supervivencia de Estados
Unidos como potencia rectora del mundo”. Está claro que la guerra del agua en
Libia no es una improvisación, al menos desde hace siete años estaba en los
planes del Pentágono y sólo a la espera de una oportunidad. Esta ya se
presentó.
Y también… Sudamérica
La historiadora Sara Bruzzone agrega que el gobierno
de Estados Unidos tiene también sus ojos puestos en otra reserva de agua más
próxima que la del Sahara. Está situada en su propio patio trasero: el Acuífero
Guaraní, en la llamada Triple Frontera (Argentina, Brasil, Paraguay) donde se
encuentran 55 mil kilómetros cúbicos de agua dulce que está almacenada desde
hace veinte mil años. En ese contexto, Estados Unidos pidió a la Organización
de Estados Americanos (OEA) “la formación de una fuerza militar combinada entre
Argentina, Brasil, Paraguay y Estados Unidos, dentro del marco del Comité
Interamericano de Lucha contra el Terrorismo”, dice Bruzzone, para controlar la
Triple Frontera y protegerla de actividades terroristas de grupos como Al Qaeda
y Hezbollah. O sea, un argumento tan ridículo como el “terrorismo islámico”
para justificar la militarización de la zona donde está un acuífero casi tan
grande como los del Norte de Africa. Y ahora que supuestamente ha sido
asesinado el símbolo del terror, ¿qué inventarán?
Hay más reservas de agua importantes, como el lago
Baikal, en Siberia y la cuenca Artesiana, en Australia, pero éstas, la del
norte africano y la de Sudamérica, son las que geopolítica y
geoestratégicamente están más al alcance de la mano del imperio
cristiano-occidental. En todo caso, a la vista de los hechos, ya no se trata de
ciencia ni de política ficción: si las guerras del siglo XXI serán las del
agua, ya comenzaron.
Fonte: Punto Final
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