Título original: Cuando
hablamos de democracia, ¿de qué hablamos?
Pablo González Casanova
Revista Mexicana de Sociología
La falta de exactitud con que se habla de la
democracia, ligada al entusiasmo colosal que en el continente despierta la
democracia constituye uno de los retos más importantes para las ciencias
sociales. Entre los problemas que parece urgente advertir para tener ideas un
poco menos imprecisas sobre la democracia se encuentra la necesidad de no
limitarse a la mera representación que es terriblemente insuficiente para
hablar de la democracia. La representación es más importante de lo que creyó
Rousseau; pero está lejos de ser el único índice de la voluntad soberana del
pueblo. Al hablar de la democracia es necesario incluir por lo menos cinco
categorías: la represión, la negociación, la representación, la participación y
la mediación. Ese conjunto de categorías es ineludible. Sin ellas todo análisis
sobre la democracia es incompleto. Por extraño que parezca, al analizar
cualquier democracia hay que preguntarse cómo anda la represión, y no sólo la
que se ejerce físicamente contra la persona o la gente con acosos,
encarcelamientos, desapariciones, crímenes y masacres. En el análisis de
cualquier democracia cabe ver el contexto de la represión física, moral y
económica contra las personas como individuos y como colectividades, como
personas y como pueblos o como clases, como violación de derechos de individuos
o como violación de derechos de colectividades.
Cada vez estamos más acostumbrados a hablar de la
democracia olvidándonos de la dependencia, del imperio, del imperialismo que
reprime a los pueblos, a las naciones. Cada vez estamos más acostumbrados a
hablar de la democracia sin referirnos a la represión que ejercen los
propietarios contra los no propietarios; de la democracia sin la represión al
consumo. Es cierto que parece demagógico hablar de la democracia con hambre o
de la democracia con andrajos, pero se trata de un fenómeno significativo que
vale la pena enunciar para saber de qué democracia estamos hablando. Enunciar
para denuncia.
Otra categoría olvidada y no menos notable es la de la
negociación. La democracia de hoy no solo arrastra la cultura de los mercaderes
con la aportación -contradictoria- que ésta significó para la solución de los
problemas del hombre. Trae también culturas derivadas o afectadas por aquella,
que corresponden a la negociación diplomática, a la negociación
obrero-patronal, a la negociación social y a la política. El cúmulo de
prácticas y tácticas de estas culturas es hoy inmenso. Pensar en la
representación sin reparar en la negociación para saber cómo anda la democracia
es un error garrafal. La representación puede andar mal, o muy mal, pero si se
negocia con individuos, clientelas, gremios, corporaciones, “sectores”, se
pueden contrarrestar los efectos adversos de la mala representación. Para saber
cómo anda la democracia en un país es necesario también saber cómo anda la
negociación individual, social, nacional. Puede haber transacción que solo sea
“transa”, o incluso traición de un individuo contra sus correligionarios o
representados, pero puede haber negociación que satisfaga a estos como
clientelas, validos y empatronados, y también puede haber negociación que
satisfaga a los grandes números, a las masas, a pueblos enteros, como la
negociación que hoy hace Nicaragua con la oposición política, pero sólo con
aquella que no forma parte de las special forces llamadas contras. La
negociación es también muy importante para saber cómo anda la democracia.
Y desde luego la representación es también
significativa. La democracia formal es esencial. La democracia formal es
importantísima. Y no es sólo burguesa, puede ser popular y proletaria, como la
cortesía. El problema es que no basta con la democracia formal. Primero se
necesita saber en qué sentido la democracia es formal, y después qué hay tras
las formas, qué poder se manifiesta por medio de las formas. Toda América
Latina ha descubierto que son “bien importantes” las elecciones de
representantes. Pero también ha descubierto que hay una representación de la
representación. Se representa que se representa. Hay un teatro político en
donde los representantes representan a los representantes. Y se lucha por una
realidad en que los representantes representen a los representados. Sólo que
esa realidad corresponde al voto universal como forma, y si se quiere que
corresponda al voto universal como poder, se necesita que tras del voto y bajo
la representación esté el poder del pueblo representado. Y eso no sólo plantea
el problema de la participación del pueblo en el poder, sino otra vez el
problema de la participación del pueblo en la propiedad y en el consumo, y no
solo en la propiedad que va más allá de los andrajos y el hambre, sino en la
clásica de los medios de producción. De donde analizar la democracia sin el
imperialismo, sin el capital monopólico y trasnacional, y sin las clases, o los
trabajadores que no tienen capital, es hablar, en nuestra América, con muy poca
seriedad o con muy poca coherencia de la democracia. De modo que si nos
planteamos hoy el problema de saber cómo anda por América la democracia,
tenemos que plantearnos cómo anda la represión, la negociación, la
representación y la participación. Y ya que la lucha no se da sin mediación,
sin mediatización, sin intermediarios, necesitamos preguntarnos qué
intermediarios hay y de quién son intermediarios, necesitamos preguntar hasta
qué punto la lucha por las mediaciones que se libra hoy en América Latina sólo
defiende al statu quo o si lo cambia en favor de los pueblos.
¿Cómo anda hoy en nuestra América la lucha por una
democracia con poder? Ése es el problema. Mi impresión es que la lucha por esa
democracia con poder se está enfrentando de una manera distinta a la política
de mediaciones y mediatizaciones del sistema interamericano, y de los distintos
sistemas políticos y estructuras estatales que hay en él. En países donde la
socialdemocracia y el populismo han tenido algunos éxitos, el cambio parece ser
distinto al de aquellos donde las mediaciones políticas han sido derrotadas o
barridas por dictaduras y crisis.
Apunto el problema. En los países sin grandes
experiencias populistas y socialdemócratas la lucha por la democracia con poder
es más intensa y dura. En esos mismos países la lucha por la democracia con
poder es más profunda, más ajustada y controlada por las
organizaciones-pueblos, sistemáticamente acosados, intervenidos, invadidos por
los ejércitos del imperio, como en el Caribe y Centroamérica. En cuanto a los
países con grandes experiencias populistas o socialdemócratas, se advierte una
combatividad más eficaz en aquellos donde la claridad ideológica es mayor no
sólo en los partidos, sino en los nuevos movimientos, y no sólo en los
movimientos y el pensar no doctrinario, sino en los partidos y el pensar de
escuela, de doctrina, como en Uruguay y Chile. En este terreno siento que el
mensaje actual de los pueblos más lucidos es luchar por una democracia con el
poder del pueblo. El mensaje es uno; que los pueblos luchen por una democracia
con poder, con poder de pueblos soberanos y con poder de pueblos trabajadores,
que imponen su voluntad mayoritaria y humanista a imperios y minorías
oligárquicas, a ese curioso tipo de burguesías más o menos ineptas o
corrompidas asociadas a las trasnacionales.
Cuando ve uno que hay fuerzas que luchan por la
democracia y contra el pueblo, por la democracia y contra la nación, por la
democracia y por el Fondo Monetario Internacional, por la democracia y por la
política intervencionista y expansionista del gobierno estadounidense; cuando
ve uno que la decadencia de los gobiernos militares coincide con el aliento a
ese tipo de democracia, no puede uno menos de preguntarse de qué democracia se
trata y qué función cumple.
Se diría que esa democracia contra la nación y contra
el pueblo, que esa democracia con el imperio y con el FMI tiene como misión
ocultar la gran ofensiva intervencionista de los Estados Unidos contra
Centroamérica y toda nuestra América, y el dumping que hoy las trasnacionales
practican no sólo contra nuestras empresas sino contra nuestras naciones,
tratando de ahogarlas, de quebrarlas para quedarse después con ellas enteritas,
incluidas penínsulas, islas, estrechos, golfos, selvas, petróleo y agua.
La democracia con el pueblo y la nación es otra democracia.
Supone hoy como ayer una lucha frontal contra la política aventurerista del
imperio y contra la que usando la fuerza del mercado financiero quiere imponer
nuevas formas de acumulación de capital, más concentradas y trasnacionales.
Nunca como hoy, o la democracia es de los pueblos o no es democracia. Sólo los
pueblos defenderán sus naciones, empresas y territorios. Sólo ellos impondrán
con su poder las formas políticas y culturales de una democracia. Esa
democracia es tan importante en su contenido de pueblo y en sus formas de
representación, de elección, de diálogo, de negociación y conciliación, como en
sus luchas contra la represión violenta o hambreadora, o en las que libren sus
ciudadanos por participar no sólo en el Sistema Político sino en el poder y en
las decisiones del Estado.
Una verdad elemental: o el pueblo trabajador es
soberano o no hay democracia. O las mediaciones llevan a un creciente poder del
pueblo o engañan y someten al pueblo. Tan sencillo como eso: luchamos “contra
el poder seductor que crea sensaciones de representación” (Luis Verdesoro).
Luchamos por una democracia con poder.
Autor: Pablo González
Casanova
Revista Mexicana de
Sociología
Género:
Ensayo
Publicado:
Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM
Vol.
48 No. 3
(Jul.
– Sep., 1986)
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