Título original: El holocausto como industria y
justificacion de la masacre de los palestinos
por Renán Vega Cantor
05/08/2014
“Tengo muchos amigos cuyas voces fuertes podrían
escucharse en medio mundo, que hubieran querido y sin duda siguen queriendo
expresar su indignación por este festival de sangre, pero algunos de ellos
confiesan en voz baja que no se atreven por el temor de ser señalados de
antisemitas. No sé si son conscientes de que están cediendo -al precio de su
alma- ante un chantaje inadmisible”. Gabriel García Márquez (1982).
El llamado Holocausto suele justificar el genocidio
sin pausa a que es sometido el pueblo palestino por parte del Estado de Israel
desde hace décadas y que se acentúa en estos momentos con la masacre
institucionalizada en Gaza, la cual cuenta con el patrocinio del imperialismo
estadounidense, sus lacayos europeos y los miembros de ese conjunto de truhanes
que se autodenomina “comunidad internacional”. El Holocausto se esgrime como
justificación de la pretendida necesidad de Israel de defenderse de todos los
“antisemitas” que quieren destruirlo y para evitar que se vuelva a repetir el
exterminio de los judíos. Nada indica que algo parecido esté ocurriendo, puesto
que en realidad lo que se observa es la sistemática destrucción del pueblo
palestino por parte de los “herederos del Holocausto”, que utilizan
procedimientos similares a los del nazismo, tales como la construcción de
guetos, la limpieza étnica, la “solución final”, la tortura y asesinato a
mansalva de niños, mujeres y jóvenes con todo el poder de fuego con el que
cuenta ese Estado canalla que es Israel. Sin embargo, tanto el Estado de Israel
como sus voceros mediáticos y académicos y sus poderosos lobbies en varios
lugares del mundo (Estados Unidos, Francia, Argentina, entre los más conocidos)
suelen recurrir por anticipado al Holocausto para justificar sus crímenes y
para dotarse a sí mismos de una “licencia” para masacrar a los palestinos y
proclamarse como dueños “naturales” por un supuesto dictamen religioso de tipo
divino, de las tierras que les han arrebatado a sangre y fuego.
Un ejemplo de lo que es el imperialismo cultural y su
funcionamiento como una máquina bien aceitada nos la proporciona el tema del
Holocausto (con mayúsculas) que hace referencia al exterminio de los judíos
durante la Segunda Guerra Mundial por parte del nazismo. En el imaginario
cotidiano de la gente en distintos lugares del mundo, la Segunda Guerra Mundial
está quedando reducida sólo a este exterminio, sin considerar la persecución y
el asesinato de gitanos, homosexuales, discapacitados y opositores políticos,
comunistas y revolucionarios al régimen hitleriano, ni los millones de rusos y
de habitantes de otros pueblos que murieron combatiendo la expansión de las
hordas del nacionalsocialismo por Europa.
Que la Segunda Guerra Mundial se asocie exclusivamente
a los judíos y al Holocausto se debe a que este ha sido convertido en una
poderosa industria, de índole cultural y económica. Al decir esto debe dejarse
en claro que no se está negando la masacre de judíos en Alemania y en otros
sitios de Europa después del ascenso de Hitler al poder en 1933. No, lo que se
está señalando es que en virtud de circunstancias muy particulares, que
enseguida mencionamos, una masacre se convirtió en el Holocausto y ha sido
considerada como la peor acción criminal de la historia. ¿Por qué no hay
celebraciones para los 25 millones de rusos que perdieron la vida durante la
Segunda Guerra Mundial o para los gitanos que fueron exterminados en esa misma
guerra? ¿Por qué nadie habla del genocidio del pueblo armenio a manos de los
turcos en 1915-1916? ¿Por qué no hay museos dedicados a la memoria de los
millones de indígenas y afrodescendientes que fueron exterminados durante la
conquista europea que se inició en el siglo XVI? ¿Por qué no se recuerda a los
10 millones de muertos congoleses en un lapso de apenas 20 años (1890-1910) por
los ocupantes belgas?
Que el Holocausto se haya impuesto como un hecho único
en la memoria del mundo se ha debido a una muy bien orquestada y organizada
acción del lobbyjudío en los Estados Unidos. La palabra holocausto que proviene
del griego (holo: “todo”, y caustos: “quemado”), empezó a usarse con mayúsculas
después de 1967, una fecha para nada accidental, pues fue el año de la guerra
de los seis días, cuando el estado de Israel ocupó a sangre y fuego los
territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.
Norman Finkelstein ha escrito un libro en el que
estudia la forma como se constituyó la industria del Holocausto, señalando como
en la década de 1950 nadie en los Estados Unidos hablaba del asunto ni muchos
menos utilizaba dicho término [1]. Esto tiene una explicación de índole
geopolítica, relacionada con las alianzas de Estados Unidos durante la Guerra
Fría, en las cuales Alemania desempeñaba un papel importante. Por esta
circunstancia, en Estados Unidos nadie estaba interesado en denunciar los
crímenes de los alemanes contra los judíos –salvo los judíos de izquierda,
cuyas voces fueron minimizadas o acalladas–, ya que el gobierno estadounidense
debía mantener sus nexos cercanos con su aliado alemán y las elites judías no
estaban interesadas en hurgar en ese tema, hasta el punto que Congreso Mundial
Judío y la Liga Anti-difamación ayudaron a contener la “ola anti-alemana” que
imperaba entre los judíos de los Estados Unidos.
Esta actitud cambió luego de finalizada la guerra de
junio de 1967, cuando Estados Unidos muy impresionado por la victoria de Israel
sobre los países árabes decidió convertirlo en un aliado estratégico en el
oriente medio. De repente, que coincidencia, apareció en el panorama el asunto
del Holocausto, el cual rápidamente se convirtió en una verdadera industria,
para justificar tanto la política criminal del estado de Israel contra sus
vecinos, en primer lugar los palestinos, como para respaldar la alianza entre
el estado sionista y el imperialismo estadounidense. En este proceso, la
construcción del Holocausto se convirtió en una excusa para deslegitimar de
entrada cualquier crítica dirigida a los judíos y en especial al estado de
Israel, respaldando la pretensión que los judíos son un pueblo elegido.
En concreto, quienes más han sentido el Holocausto son
los palestinos, puesto que en Estados Unidos los sionistas han explotado hasta
el extremo la persecución nazi para ocultar y justificar los crímenes que el
Estado de Israel viene realizando contra los palestinos desde 1948, y que se
efectúan sin pausa en forma cotidiana, porque en “tiempos normales” cada semana
son asesinados dos niños palestinos.
Como cualquier industria, la del Holocausto necesita
producir a diario para mantener su rentabilidad. Y eso es lo que efectivamente
sucede, pues todos los días se ponen en escena películas, series de televisión,
programas de radio, se publican libros, revistas y propaganda alusiva al hecho.
Hasta tal punto ha adquirido importancia el tema que en los propios Estados
Unidos es más nombrado el Holocausto que el ataque de Pearl Harbor o el
lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki. En las
universidades se han creado cátedras especiales sobre el Holocausto y en 17
estados se dictan cursos escolares sobre el asunto.
Los grandes periódicos y medios de comunicación,
usualmente controlados directa o indirectamente por el lobby judío, no dejan
pasar un día sin difundir alguna noticia o historia relacionada con el
Holocausto. Las editoriales de Estados Unidos han publicado más de 10 mil
libros sobre el asunto, la mayor parte de ellos verdaderas patrañas
intelectuales, sin ningún rigor, seriedad, ni coherencia analítica. Esto hasta
tal punto es cierto que, a pesar de que ya han transcurrido 70 años desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial, en lugar de disminuir los sobrevivientes del
Holocausto, estos aumentan sin cesar con el paso del tiempo. Esto tiene una
explicación económica, vulgarmente económica, porque la aparición de nuevos
sobrevivientes se convierte en una forma de presión para que Alemania, Suiza y
eventualmente otros países europeos se comprometan a pagar millonarias
indemnizaciones, no a quienes sufrieron en carne propia, sino a los
representantes del poderoso lobby judío de los Estados Unidos. Con esta
perspectiva, el genocidio nazi ha sido convertido en un negocio, en una especie
de casino de Montecarlo, en el que los industriales del Holocausto amasan
cuantiosas ganancias: en 1997, Suiza entregó 1.250 millones de dólares y el
Congreso Mundial Judío, con sede en los Estados Unidos, había recibido hasta
fines de la década de 1990 la fabulosa suma de siete mil millones de dólares.
Lo significativo estriba en que “una parte importante de los sobrevivientes del
Holocausto nunca ha visto ni un dólar de ese dinero, porque lo cobran las organizaciones
judías que gestionan las reparaciones económicas ante los Estados europeos
involucrados”. Por esta razón, “muchos de sus dirigentes son verdaderos
gánsteres y sinvergüenzas profesionales que deberían estar en la cárcel”,
puesto que el exterminio en los campos de concentración “fue utilizado por los
dirigentes israelíes en el último cuarto de siglo como instrumento para un
chantaje moral y político, pero en tiempos más recientes también para el
chantaje financiero” [2].
El Holocausto no sólo se ha convertido, como vimos, en
una prospera industria sino también en una arma ideológica de dominación
imperialista porque el victimismo étnico de que han hecho gala los judíos, de
Estados Unidos y del Estado de Israel, ha servido para presentarlos ante la faz
del mundo como “mansas ovejas” que han sido y siguen siendo víctimas de todos
los “antisemitas” del mundo, empezando por los palestinos. De esta manera, se
invierte la historia y los palestinos –torturados, masacrados, asesinados y
perseguidos por el estado de Israel desde 1947- aparecen como los agresores de
los “pacíficos” sionistas. Así mismo, al elevar el Holocausto al nivel de
crimen único se niegan y ocultan todos los otros genocidios que se han
cometido, y que se cometen en estos momentos en diversos lugares del mundo,
como si el resto de la humanidad que sufre no tuviera derecho a que sus
sufrimientos fueran dignos de consideración. Como bien lo dice Finkelstein: “A
la vista de los sufrimientos de los afroamericanos, los vietnamitas y los palestinos,
el credo de mi madre siempre fue: ‘Todos somos víctimas del holocausto’” [3].
Notas
[1]. Norman Finkelstein, La industria del Holocausto.
Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, Siglo XXI de España
Editores, Madrid, 2002.
[2]. Norman Finkelstein, La Jornada, septiembre 12 de
2004.
[3]. N. Finkelstein, La industria del Holocausto, p.
13 (Énfasis nuestro).
Fuente: Rebelión
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