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"Los sociólogos dejaron de lado sus teorías, y en
lugar de abordar científicamente un fenómeno como la guerra, abrazaron sin
miramientos causas patrióticas. El nacionalismo eclipsó a la ciencia, y la
construcción de la ideología de guerra sepultó las pretensiones de lograr la
objetividad científica y a toda lógica académica".
por Pablo Bonavena*
01 DE AGOSTO DE 2014
La Exposición Internacional de París de 1900, que los
franceses postularon como “un símbolo de paz y armonía”, pretendía condensar y
ofrecer a la humanidad los extraordinarios avances y lo-gros de la civilización
occidental, cuyos beneficios, según sus mentores, se expandían de manera
creciente por todo el mundo. Este gran acontecimiento internacional y sus
pretensiones eran el correlato de un largo período donde las guerras fueron
menguando. En efecto, desde hacía 85 años que en el territorio europeo no había
conflictos armados entre las principales potencias. Luego de las guerras
napoleónicas Europa vivió el siglo más pacífico desde el imperio romano.
(MacMillan, Margaret; 1914. De la paz a la guerra; Turner, España, 2013,
capítulo I).
Durante el siglo XIX esta realidad fue acompañada por
muchas iniciativas que procuraban consolidar la convivencia pacífica, generando
muchas organizaciones que trabajaban para promover la paz, tendencia que se
trasladó a la primera década del siglo XX a los Estados Unidos de
Norte-américa. En este país entre 1900 y 1914 se crearon 45 nuevas asociaciones
por la paz, cifra que denota la potencia de los anhelos pacificadores. Alfred
Nobel con su afamado premio, la escritora Bertha Suttner con la fundación de la
sociedad austríaca por la paz, el escritor estadounidense John Fiske y su
afirmación sobre el triunfo de la civilización industrial sobre la militar, son
ejemplos del clima optimista que se vivía en torno a las posibilidades de
comenzar a convivir, de una vez por todas, de manera pacífica. (MacMillan, M.;
op cit; páginas 358, 359, 360 y 368)
La sociología compartía este diagnóstico y esperanzas.
Desde sus primeros pasos en el siglo XIX hizo suya la idea que asocia
íntimamente la modernidad con la ausencia guerras y violencia. Dejando al
marxismo afuera de sus lindes, las proyecciones de los pioneros de la nueva
disciplina hacia el siglo XX fortalecían la posibilidad de construir la “paz
perpetua” proyectada por Immanuel Kant. También, la consolidación de la
sociedad armoniosa deseada por Adam Smith y otros intelectuales de la
Ilustración Escocesa, quienes argumentaron sobre la incompatibilidad entre la
lógica del intercambio económico y la lógica guerrera.
Henri de Saint Simon, Augusto Comte y Herbert Spencer
en los primeros pasos hacia la sociología postulaban que la guerra correspondía
a una fase histórica que debía ser necesariamente sobrepasada. Obviamente con
variantes, coincidían en sus concepciones acerca de la evolución so-cial, al
suponer que el peso del militarismo quedaría sepultado por el devenir del
progreso. La humanidad avanzaba ineluctablemente de la sociedad militar a la
sociedad industrial. Confiaban en el peso decisivo del industrialismo, que le
quitaba todo sentido a la guerra. Emile Durkheim también admitía que la
violencia debía desaparecer con la evolución de la sociedad tradicional a la
sociedad moderna.
El porvenir pacífico como horizonte de la
modernización industrial encontraba, entonces, un fuerte respaldo en la ciencia
que asumía el estudio de la sociedad, fortaleciendo los augurios que sustentaba
la ideología que fundamentaba la organización de aquella imponente exposición
de las artes y la industria. La paz encontraba una base de realización
científica y el futuro era, a todas luces, promisorio.
La Gran Guerra alteró todos los diagnósticos,
refutando las proyecciones sociológicas.
Durkheim tomó partido en la guerra; avaló desde el
principio al militarismo francés, atacando las tesis de la izquierda
revolucionaria que denunciaban el contenido inter-imperialista de la matan-za.
Participó en las campañas para robustecer la moral de los soldados franceses y
organizó un comité para publicar documentos y estudios sobre la guerra
procurando neutralizar la propaganda alemana, entre otras acciones para
garantizar la victoria de su país.
En Alemania, Georg Simmel también se involucró
activamente en el conflicto, destacando con agrado que la guerra promovía un
fuerte sentimiento de inclusión en la nación y su Esta-do. Concebía la vivencia
bélica como una experiencia existencial de base afectiva que supe-raba todas
las ponderaciones de tipo racional, parangonando sus alcances con las más
profundas experiencias religiosas. Afirmaba que el deber del individuo era
defender la nación, pues sin ella no hubiese existido. Conjeturó, incluso, que
la conflagración era una gran oportunidad para violentar las “tendencias
trágicas de la cultura moderna”, como la burocratización o mercantilización de
la vida moderna. Fue un verdadero apologista de la guerra.
Max Weber también adoptó una postura abiertamente
belicista con el estallido de la Gran Guerra. Lamentó no haber podido ser
combatiente, pero se involucró con las fuerzas armadas como director de los
hospitales del ejército en Heidelberg, acción que acompañó con una ar-diente
defensa del nacionalismo alemán. Glorificó la actividad militar y enfrentó toda
idea pacifista. Frente al inicio de la
conflagración sentenció que la guerra era “grande y maravillo-sa”, incluso
independientemente de su resultado. Destacó el sentimiento de comunidad que generaba
la guerra, subrayando el efecto de despersonalización para la conformación de
una comunidad que protagonizaba el pueblo. Consideraba, por último, que era
esencial la integración de la clase obrera en la nación para afrontar el
esfuerzo bélico. Así, argüía que se fomentaba el renacimiento de Alemania para
cumplir la “responsabilidad histórica” de convertirse en una gran potencia y
consolidar su honor.
En los Estados Unidos de Norteamérica, Thorstein Bunde
Veblen, a pesar de su perfil ideológico pacifista, buscó protagonismo a favor
de su país cuando entró en la confrontación. Siempre fue un crítico del
patriotismo, considerándolo como un dispositivo ideológico que favorecía la
heteronomía de la clase trabajadora bajo la tutela de la clase ociosa, así como
una de las trabas para la instalación de una relación armoniosa entre las
distintas economías. Explicaba que el patriotismo rompía las ventajas del libre
comercio y de las empresas cooperativas entre naciones. Estaba con-vencido de
que las trabas al libre comercio empobrecían a los pueblos, y que los muros que
alza-ba el nacionalismo no hacían factible un orden capitalista ni socialista.
Se quejaba de que tanto el obrero como todo ciudadano se encuentran unidos a la
suerte del Estado por un “pegamento” llamado patriotismo, que según su evaluación
era un resabio pre-moderno. Pese a estas posiciones, se involucró en la guerra
situándose como un estratega político. Cuando los Estados Unidos entraron en
guerra viajó a Washington para ofrecer sus servicios a la causa nacional. Buscó
colaborar con estudios que favorecieran el esfuerzo bélico y hasta sugirió un
método de lucha contra los submarinos. Este alineamiento a favor de la
intervención militar de su país contrastó con la postura habitual de rechazo a
la guerra. Alejándose de ella, escribió informes y preparó memorandos para un
grupo de intelectuales a quienes en 1917 el presidente Woodrow Wilson les
en-cargó que estudiaran un posible acuerdo de pacificación.
A esta lista de sociólogos podemos sumar muchos
nombres más, como Robert Michels o Ferdi-nand Tönnies. Pero este fenómeno, como
vimos, no era propio de Alemania, sino que se expandió a otras naciones
involucradas en las acciones militares. Científicos sociales de otras
disciplinas siguieron el mismo derrotero.
De esta manera, podemos observar como los sociólogos
dejaron de lado sus teorías, y en lugar de abordar científicamente un fenómeno
como la guerra, abrazaron sin miramientos causas patrióticas. El nacionalismo
eclipsó a la ciencia, y la construcción de la ideología de guerra sepultó las
pretensiones de lograr la objetividad científica y a toda lógica académica. En
definitiva, un ámbito como el sociológico sucumbió ante el nacionalismo, tal
como ocurrió con la masa poblacional de los países beligerantes.
* Sociólogo, investigador del Instituto de
Investigaciones Gino Germani, profesor de Teorías del Conflicto Social,
Conflicto y cambio Social en la Argentina: los años ’70 y Sociología de la
Guerra en la Carrera de Sociología de la UBA y en el Departamento de Sociología
de la Universidad Nacional de La Plata. También dicta el seminario: Lucha
armada y violencia política en la Argentina de los ’70.
Fonte: Agência
Paco Urondo
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