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por Ernesto Wong Maestre*
19/02/2013
Pudiera afirmarse que desde hace casi cuatro años, con
la rebelión de los obispos africanos en el II Sínodo de Obispos para África, la
crisis de las estructuras impuestas por el Estado Vaticano a la Iglesia
Católica a nivel mundial saltó a una nueva fase que pudiera estar culminando ahora
con la renuncia del Papa Benedicto XVI para abrir otra fase que deberá afrontar
el próximo Papa y jefe del Estado de mayor riqueza per cápita del mundo.
La renuncia de Benedicto XVI o Joseph Aloisius
Ratzinger más que una separación anormal y, para algunos, sorpresiva por ser el
cuarto caso de toda la historia papal (1) de una renuncia al máximo poder
eclesiástico, es una expresión particular de las insalvables contradicciones
del mundo capitalista y del nuevo mundo socialista que brota de las entrañas de
los pueblos, sean cristianos, animistas, musulmanes, budistas o taoístas.
Ya desde aquel II Sínodo de obispos africanos en
octubre del 2009 que llamó mi atención y sobre el cual escribí un artículo,
dando cuenta de lo que consideré una “rebelión de los obispos africanos”,
avizoré que estábamos a las puertas de una nueva fase crítica de la Iglesia
Católica y concluí afirmando que en ese inicial, “álgido y relevante debate en
el II Sínodo de Obispos sobre África (...) pudiera preverse que se darán más fuertes
debates, considerando, por un lado, las líneas dadas por Benedicto XVI, por
otro, las contradicciones internas-externas sociales e institucionales, y por
otro lado, las claras denuncias de obispos de países africanos influyentes”.
Uno de ellos, el arzobispo de Ouagodougoy en Burkina Faso, Philippe Ouedraogo,
manifestó que África rechaza las prácticas “legalmente reconocidas en
Occidente” y acusó a los medios de comunicación occidentales de intentar
imponer el “pensamiento único” de Occidente.
Como él, otros arzobispos y obispos africanos
condenaron las prácticas capitalistas, lo cual provocó la decisión de mantener
al II Sínodo aislado de los medios, según se pudo apreciar en los días
posteriores.
Mi artículo del 2009 lo concluí proponiendo “pensar
que estamos en presencia de un hito en la historia de la iglesia cristiana, la
cual -se recordará- fue salvada en su unidad institucional, hace decenas de
siglos atrás, precisamente por un africano, el padre San Agustín (de Hipona,
poblado situado en el territorio de lo que es hoy Argelia), quien reordenó y
condujo moralmente al obispado, casi en su totalidad corrupto, y trazó muchas
de las pautas que han permitido a la Iglesia cristiana adaptarse -a través de
los siglos- a las transformaciones sociales impulsadas por los pueblos, las
cuales en el siglo XXI, se denominan transformaciones socialistas” (2).
No será casual entonces que al alemán Ratzinger lo
reemplace un jerarca católico originario del Sur o un arzobispo con claras
muestras de reconocimiento hacia la problemática del neocolonizado sur o en
tránsito hacia el socialismo, aunque toda esa puja dentro de la alta jerarquía
(ajena totalmente a la práctica democrática) estará influida fuertemente por
las fuerzas de la OTAN y del neoliberalismo que también buscarán colocar en esa
plaza a quien mejor satisfaga sus intereses en un mundo cada vez más polarizado
ideológicamente y que esa personalidad pueda obstaculizar la marcha de la
historia. Todavía está por ver qué ocurrirá el próximo 28 de febrero cuando se
evite el vacío de poder ante la renuncia de Benedicto XVI.
Resulta interesante observar en ese II Sínodo a
Benedicto XVI cuando ofreció algunas ideas a manera de lineamientos para los
obispos y se refirió a la "nueva evangelización" a realizar por la
Iglesia Católica que tenga en cuenta 'los cambios sociales' y 'la
globalización'.
De manera que ahora, la renuncia de Ratiznger es, ante
todo, un reconocimiento a su fracaso por lograr esa deseada
"evangelización" ante los retos del siglo XXI y de las transformaciones
económicas y políticas hacia el socialismo en sus diversas manifestaciones
nacionales o multiétnicas, en más de la mitad de la población del planeta, y en
el contexto de la “globalización” aprovechada por el imperialismo
estadounidense-europeo y su Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
para tratar de recuperar su hegemonía en el mundo.
La renuncia de Benedicto XVI es, al mismo tiempo, una
expresión política e ideológica de sus propias contradicciones acrecentadas por
la crisis económica, financiera y social capitalista porque el Estado Vaticano
y sus cuantiosas inversiones capitalistas no está blindado ante los embates del
neoliberalismo y las debilidades estructurales del sistema financiero
europeo-norteamericano, ni del avance de las otras iglesias vinculadas a otros
poderes estatales que pujan por un sitio en la correlación mundial de fuerzas y
que van conformando un mundo con tendencia a la pluripolaridad en cuanto a la
potencia y a la bipolaridad multicéntrica (3) en cuanto a las ideologías.
No hay ningún tipo de dudas en comprender claramente
que esa “nueva evangelización” deseada por Benedicto XVI sucumbió ante una OTAN
agresiva y expansionista hacia el sur y en particular hacia el Medio Oriente y
norte de África en búsqueda de fuentes energéticas y espacios de influencia que
reducir a China, pero que también ha reforzado el valor de las ideas islámicas
y el sentido de amenaza en África junto a las maniobras del Africom (Comando
del Ejército de EEUU para África) hacia el resto del continente africano,
debilitando aún más al cristianismo y reforzando las religiones tradicionales
animistas y al mismo mundo musulmán africano que está obligado a cerrar filas
con las fuerzas independentistas africanas agrupadas en el cono sur en torno a
Sudáfrica, Angola, Namibia, Mozambique, Zimbabwe y Tanzania.
Las mismas fuerzas reaccionarias que obstaculizaron a
Benedicto XVI en su “nueva evangelización” en esas partes del mundo tratan de
conformar al interior de la iglesia católica en los países de Nuestra América a
fuerzas políticas para frenar el avance del socialismo bolivariano e
indoamericano que claman por construir naciones multiétnicas con mayor
estabilidad y seguridad que garanticen en sus pueblos mayores sumas de
felicidad, apoyadas en procesos de integración subregional y continental como
la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), entre otros.
De imponerse el candidato de la OTAN y del
neoliberalismo como jefe de Estado del Vaticano, la Iglesia Católica podría
entrar en una nueva etapa de crisis y hasta de cisma y escindirse, considerando
el contexto italiano donde las tendencias separatistas pululan bajo la aguda
vigilancia de los buitres imperiales quienes se disputan la Zona Euro.
NOTAS
(1) El primer Papa que abandonó su cargo fue Benedicto
IX en 1048; el segundo caso fue el de Celestino V ya en 1290, época del apogeo
feudal, cuando fue apresado y obligado a abdicar y el tercer caso es el de
Gregorio XII quien luego de un golpe de Estado renunció en 1415 en medio del
llamado Cisma de Occidente ocurrido en la iglesia católica, según la
enciclopedia web Wikipedia.
(2) Publicado por Aporrea
http://www.aporrea.org/internacionales/a88117.html y por El Mercurio Digital en
http://elmercuriodigital.es/content/view/22336/52/
(3) Término propuesto en una ponencia en septiembre
del 2012 ante los estudiantes de la Maestría de Relaciones Internacionales de
la UMBV.
*Ernesto Wong Maestre profesor universitario,
investigador, analista internacional, cubano residente en la República
Bolivariana de Venezuela.
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