Título original: Stephen Hawking: ‘No hay ningún dios. Soy ateo’
Stephen Hawking por Pablo Jáuregui
22 septiembre 2014
Stephen Hawking (Oxford, 1942) ya no puede mover ni un
dedo. La devastadora enfermedad que empezó a corroer su sistema nervioso,
cuando sólo tenía 21 años, ni siquiera le permite manejar el ratón que usaba
antes para seleccionar palabras en su ordenador y transmitirlas a través de un
sintetizador de voz. Los músculos de su rostro se han convertido en las últimas
herramientas corporales que le quedan para comunicarse, activando con la
mejilla derecha un sensor acoplado sobre sus gafas.
Gracias a esta impresionante tecnología diseñada
especialmente para él, Hawking logra mover un cursor en una pantalla y activar
así la legendaria voz robótica que habla en su nombre con acento americano.
Pero pese al esfuerzo titánico que debe afrontar para compartir sus ideas, ha
concedido una entrevista exclusiva a EL MUNDO.
Cuando aparece sobre su silla de ruedas en el hotel de
Tenerife donde tiene lugar nuestro encuentro, nos conquista nada más llegar,
esbozando una entrañable sonrisa con esos pocos músculos de la cara que todavía
le sirven para expresar pensamientos y emociones. Como los médicos ya no le
permiten volar, Hawking ha viajado hasta la isla canaria en un crucero de seis
días para presentar esta semana su visión del cosmos en el Festival Starmus, un
congreso concebido para divulgar los hallazgos de la astronomía a toda la
sociedad.
De repente, me encuentro ante uno de los cerebros más
brillantes del último siglo, a punto de realizar la entrevista con la que
siempre he soñado. Pero cuando llega el momento de la verdad, me quedo tan
impactado que no sé muy bien ni cómo debo saludarlo. Una de sus cinco
enfermeras, Nikky O’Brien, se da cuenta de mis titubeos y resuelve mis dudas de
inmediato, cogiendo la mano de Hawking y acercándola a la mía, para que pueda
estrechársela.
Un ‘gourmet’ en Canarias
Tras agradecerle al científico más famoso y admirado
del planeta el inmenso privilegio de habernos concedido una entrevista
exclusiva, le enseño el maravilloso retrato de Ricardo Martínez que le hemos
traído como regalo, y también el espectacular set que hemos preparado para
hacerle fotos, ante un lienzo de constelaciones y galaxias pintado por otro de
nuestros dibujantes, Ulises Culebro.
«Espero que le guste. Si le parece bien, nos gustaría
en primer lugar fotografiarle con este fondo cósmico», le explico. Su respuesta
afirmativa, que tarda aproximadamente medio minuto llegar, es la primera
palabra que nos transmite a través de los movimientos de sus mejillas: «Yes».
La enfermera O’Brien, permanentemente pendiente de cada mínimo gesto de
Hawking, empieza a peinarle con ímpetu y nos confirma la aprobación del
astrofísico: «Adelante, no hay problema, le gustó mucho todo lo que han
montado».
Mientras Hawking posa como un profesional para la
sesión de fotos, levantando los ojos para mirar a la cámara y regalándonos sus
mejores sonrisas, le pregunto a Nikky O’ Brien si el profesor está disfrutando
de su visita a Canarias. «¡Desde luego! Incluso ya ha probado las papas con
mojo picón y le encantan», me asegura. A pesar de que su movilidad es cada vez
más reducida, Hawking todavía puede masticar bien la comida y es un auténtico
gourmet.
Teniendo en cuenta la importancia crucial del
sofisticado sistema informático que utiliza el astrofísico para comunicarse, le
pregunto a la enfermera de Hawking si entre su equipo de cuidadores hay alguien
con conocimientos de informática, por si surge algún problema con su ordenador
o el sintetizador de voz. «Pues la verdad es que no, y el ordenador se queda
colgado de vez en cuando», me confiesa O’Brien. Sin embargo, si se produce una
incidencia importante, la enfermera nos explica que un informático de Cambridge
siempre puede entrar en el ordenador de Hawking mediante una conexión remota y
resolver cualquier problema.
Tres palabras por minuto
Con el sofisticado mecanismo que activa mediante el
movimiento de sus mejillas, Hawking logra escribir una media de tres palabras
por minuto. Por eso, para entrevistar al astrofísico británico, es una
condición imprescindible enviarle las preguntas con antelación. De lo
contrario, el diálogo se extendería durante muchas horas, e incluso días. En
nuestro caso, le enviamos por correo electrónico un cuestionario de 10
preguntas a finales de agosto, tres semanas antes de que nos reuniéramos con él
en Tenerife el pasado jueves.
Cuando termina la sesión de fotos, que Hawking ha
soportado sin una sola queja, me acerco a él y le pregunto si podemos empezar
nuestro diálogo. De inmediato, empieza a mover el cursor en la pantalla de su
ordenador a través del sensor acoplado a sus gafas, y veo que lo coloca sobre
un documento de Word en su escritorio que ha llamado «EL MONDO». Me hace gracia
la pequeña errata en el nombre de nuestro periódico, y sobre todo me emociona
la idea de que el infatigable explorador del cosmos haya dedicado unas cuantas
horas de su tiempo a contestar a las preguntas que le hicimos llegar por
e-mail.
Le pregunto en primer lugar si sigue creyendo, como
dijo en el libro que le hizo mundialmente famoso, Historia del Tiempo, que
algún día lograremos una «Teoría del Todo» para comprender las leyes que
gobiernan el Universo, o si hay aspectos de la realidad en las que nunca podrá
penetrar la mente humana. Su respuesta refleja una inquebrantable fe en el
poder de la ciencia para desentrañar los misterios del cosmos: «Creo que sí
conseguiremos entender el origen y la estructura del Universo. De hecho, ahora
mismo ya estamos cerca de lograr este objetivo. En mi opinión, no hay ningún
aspecto de la realidad fuera del alcance de la mente humana».
Ciencia ‘versus’ religión
En mi segunda pregunta, le pido que me aclare su
postura sobre Dios y la religión, que ha generado un intenso debate entre sus
lectores. Por un lado, al final de Historia del Tiempo, escribió que si algún
día lográramos esa «Teoría del Todo», conoceríamos «la mente de Dios». Pero
posteriormente en su polémico libro El gran diseño, afirmó que el Universo
puede crearse «de la nada, por generación espontánea», y que la idea de de Dios
«no es necesaria» para explicar su origen. Le pregunto, ante esta aparente
contradicción, si cambió su opinión en este terreno, y si se considera
agnóstico o ateo.
Su rotunda respuesta deja muy claro que aunque muchos
han llegado a calificar como «un milagro» el hecho de que Hawking siga vivo,
medio siglo después de que se le diagnosticara una enfermedad cuya esperanza de
vida suele ser de un par de años, el astrofísico rechaza de plano todas las
creencias religiosas: «En el pasado, antes de que entendiéramos la ciencia, era
lógico creer que Dios creó el Universo. Pero ahora la ciencia ofrece una
explicación más convincente. Lo que quise decir cuando dije que conoceríamos
‘la mente de Dios’ era que comprenderíamos todo lo que Dios sería capaz de
comprender si acaso existiera. Pero no hay ningún Dios. Soy ateo. La religión
cree en los milagros, pero éstos no son compatibles con la ciencia».
Antes de poder responder a cada pregunta, Hawking va
seleccionando frases del archivo donde ha dejado preparadas sus respuestas y
las vuelca en un programa llamado Speaker, que convierte textos escritos en
frases que emite su sintetizador. El software que produce la famosa voz de Hawking
es de los años 80, la época de la traqueotomía a la que tuvo que someterse le
dejó definitivamente sin habla. En realidad, hoy existen programas más
avanzados que suenan mucho menos robóticos, pero Hawking lleva ya tantos años
utilizando esta voz, que se identifica plenamente con ella y no tiene ninguna
intención de cambiarla.
En una ocasión incluso le preguntaron si no preferiría
instalarse un sintetizador con un acento british, que se parecería mucho más a
la voz original de un nativo de Oxford como él. Pero Hawking respondió con su
inconfundible sentido del humor, que sin duda le ha ayudado a soportar tantos
años una enfermedad tan cruel: «con el acento americano, tengo mucho más éxito
con las mujeres».
La conquista de otros planetas
Tras dialogar sobre la religión, pasamos de lo divino
a lo humano y le pregunto si cree que sigue mereciendo la pena invertir
millones en enviar misiones con astronautas al espacio, o si le parece un
despilfarro, como opinan muchos de sus colegas científicos. El astrofísico
tiene muy claro que la conquista del cosmos debe continuar, no solo porque «la
exploración espacial ha impulsado y continuará impulsando grandes avances
científicos y tecnológicos», sino porque puede representar un seguro de vida
para la futura supervivencia de nuestra especie: «Podría evitar la desaparición
de la Humanidad gracias a la colonización de otros planetas».
Tampoco puedo desaprovechar la incomparable
oportunidad de poder dialogar en España con Hawking, para preguntarle sobre los
recortes que ha sufrido el campo de la investigación científica en nuestro país
en los últimos años. «¿Qué mensaje le mandaría al presidente del Gobierno
español si lo tuviera delante, sobre la importancia de invertir en ciencia?».
El astrofísico, una vez más, demuestra que no se anda con medias tintas. Este
es su recado para Mariano Rajoy y toda la clase política de nuestro país:
«España necesita licenciados con formación científica para garantizar su
desarrollo económico. No se puede animar a los jóvenes a estudiar carreras
científicas con recortes en el campo de la investigación».
El tiempo se nos acaba y la enfermera O’Brien empieza
a hacerme la señal de la guillotina, pero veo en la pantalla de Hawking que aún
tiene una respuesta más a una pregunta que le hice sobre cómo le gustaría que
lo recordaran las futuras generaciones. «Espero que se me recuerde por mi
trabajo en el campo de la cosmología y los agujeros negros», me contesta antes
de que empiecen a llevárselo sus enfermeras.
Me llama la atención que no dice absolutamente nada
sobre el extraordinario ejemplo que ha dado con su vida, al demostrar hasta
dónde puede llegar la capacidad de superación del ser humano ante la adversidad
más cruel. Y mientras desaparece por los pasillos del hotel, me acuerdo de una de
sus sentencias más inolvidables: «La Humanidad es tan insignificante si la
comparamos con el Universo, que el hecho de ser un minusválido no tiene mucha
importancia cósmica».
Fonte: El Mundo
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