Laura Bécquer Paseiro
29 de mayo de 2014
Mil páginas contienen una verdad más que sabida. Tras
cuatro décadas de ostracismo, Washington
desclasificó a inicios de esta semana documentos con detalles del plan para
derrocar al gobierno socialista de Salvador Allende. Los papeles “no tan
secretos” de Washington confirman una vez más la participación directa de
Estados Unidos en el golpe de Estado de 1973 en Chile.
El compendio de más de 350 textos, publicado por la
Oficina del Historiador del Departamento de Estado norteamericano, contiene
varias de las proyecciones en política exterior del entonces presidente
Richard Nixon (1969-1974), enfocada específicamente hacia el gobierno
socialista en la nación sudamericana.
En los mismos se encuentran no solo transcripciones de
reuniones y memorandos de la CIA, sino también diálogos entre Nixon y su asesor
para asuntos de seguridad nacional, Henry Kissinger, antes y después de la
llegada de Allende al Palacio de La Moneda.
Los miedos de la Casa Blanca ante la victoria de
Allende en las elecciones de 1970 están registrados en otro documento del 19 de
agosto de ese año, en el que Kissinger pidió al entonces director de la CIA,
Richard Helms, “un plan lo más preciso posible que incluya las órdenes que se
darán el 5 de septiembre, a quiénes y de qué manera”.
El diario chileno La Tercera cita el texto, el cual
agrega que se “debe presentar al presidente un plan de acción para prevenir una
victoria de Allende (en el Congreso) y precisa que el Presidente (Nixon) puede
decidir moverse incluso si nosotros no se lo recomendamos”.
Ya con Allende en el Palacio de La Moneda, un Nixon
desesperado pide “hacer gritar a la economía” para impedir a toda costa su
permanencia en el poder, y exige “pegarle a Chile en el trasero” cuando conoce
la noticia de la nacionalización del cobre.
Las palabras de Nixon exponen la posición
norteamericana que considera “descabellado” el programa político propuesto por
Allende que establecía, entre otras cuestiones, la redistribución del ingreso
y la reforma a la economía, comenzando por la nacionalización de las más
importantes industrias.
“No veo por qué tenemos que quedarnos acá y ver cómo
un país se torna comunista por culpa de la irresponsabilidad de su propio
pueblo”, consideró Kissinger en ese entonces.
A la par del apoyo a grupos políticos, estuvo el
militar. Otro documento desclasificado expone el conocimiento de la CIA sobre
las actividades del general Alfredo Canales para derrocar a Allende, así como
su implicación.
El material concluye con la certeza de que Canales
cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Un documento de septiembre de 1972
agrega que el general tuvo “un acercamiento con Estados Unidos a través de un
contacto de la CIA en Santiago”.
Dentro del volumen se destaca además un memorando de
la CIA fechado el 25 de septiembre de 1973, ya consumado el golpe de Estado, en
el cual se cierra un programa para financiar partidos políticos y
organizaciones opositoras al Gobierno de la Unidad Popular que llegó al poder
en 1970 de la mano del médico chileno.
Atendiendo las órdenes de Washington, las fuerzas
internas juegan su papel haciendo insostenible el Gobierno. La administración
de Allende se enfrentó al paro de los principales gremios comerciales —en
consonancia con la guerra económica a la que se enfrenta—, barricadas de
transportistas, entre otras acciones violentas de la oposición. Presiones
políticas, como las del derechista Partido Demócrata Cristiano, que acusa
públicamente a varios ministros de la Unidad Popular, mella el intento de
diálogo por parte del Gobierno. Un visionario Allende denuncia, una y otra
vez, la tensa situación. El escenario es resultado del guion seguido al pie de
la letra por la Casa Blanca: apostarle a la desestabilización interna,
difamación, apoyo a sabotajes y luego la intervención militar con el anunciado
cuartelazo y una figura al frente del país afín a sus intereses.
“Tal vez aún exista una posibilidad de un 10 %, pero
¡hay que salvar a Chile! No me interesan los riesgos que esto implica. Hay diez
millones de dólares más disponibles”, dijo Nixon poco antes del derrocamiento
de Allende en referencia al presupuesto designado por Estados Unidos para
erradicar la amenaza de su ejemplo en América Latina, que se sumaba a la ola
expansiva de la Revolución Cubana.
Los autores del compendio son dos exfuncionarios del
Departamento de Estado, James Siekmeier y James McEvleen, quienes tardaron una
década para realizarlo. Un segundo volumen está en proceso y abarca el periodo
entre 1973 y 1976.
Durante los cinco capítulos en los que está dividido
el material, prosiguen las pruebas de que “por valija diplomática llegan los
verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras”,
como diría el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
A los ojos de Washington, Allende era un provocador,
un marxista que cometió el pecado adicional de ser constitucionalmente electo,
que zarandeaba el escenario geopolítico de su conveniencia. Para Estados
Unidos, solo había una cosa peor que un marxista: uno en el poder.
Fonte: Gramna
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