Título original: GÉNERO.- Los fundamentos sociales de la cuestión femenina
Jueves, 15 Agosto 2013 21:30
(Extractos)
Por Alejandra Kollontai
Publicado en Revista 1857, No 16
Presentación.
El Libro “Los fundamentos sociales de la cuestión
femenina” fuen escrito en 1907. Alexandra Kollontai fue una de las figuras más
destacadas del movimiento revolucionario ruso. Supo aunar, como pocas personas,
la lucha por el socialismo y por la liberación de las mujeres.
Kollontai pensaba que la liberación de las mujeres no
vendría de la lucha heroica individual, tal y como defendían las feministas
burguesas, sino que ésta sólo sería posible a través de la lucha conjunta de
hombres y mujeres para conseguir el socialismo. A través de esta lucha conjunta
de la clase trabajadora no sólo se conseguirían avances para las mujeres, sino
que se acercarían más a su emancipación total a través de la revolución
socialista.
Dejando a los estudiosos burgueses absortos en el
debate de la cuestión de la superioridad de un sexo sobre el otro, o en el peso
de los cerebros y en la comparación de la estructura psicológica de hombres y
mujeres, los seguidores del materialismo histórico aceptan plenamente las
particularidades naturales de cada sexo y demandan sólo que cada persona, sea
hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más completa y libre
autodeterminación, y la mayor capacidad para el desarrollo y aplicación de
todas sus aptitudes naturales. Los seguidores del materialismo histórico
rechazan la existencia de una cuestión de la mujer específica separada de la
cuestión social general de nuestros días. Tras la subordinación de la mujer se
esconden factores económicos específicos, las características naturales han
sido un factor secundario en este proceso. Sólo la desaparición completa de
estos factores, sólo la evolución de aquellas fuerzas que en algún momento del
pasado dieron lugar a la subordinación de la mujer, serán capaces de influir y
de hacer que cambie la posición social que ocupa actualmente de forma
fundamental. En otras palabras, las mujeres pueden llegar a ser verdaderamente
libres e iguales sólo en un mundo organizado mediante nuevas líneas sociales y
productivas.
Sin embargo, esto no significa que la mejora parcial
de la vida de la mujer dentro del marco del sistema actual no sea posible. La
solución radical de la cuestión de los trabajadores sólo es posible con la
completa reconstrucción de las relaciones productivas modernas. Pero, ¿debe
esto impedirnos trabajar por reformas que sirvan para satisfacer los intereses
más urgentes del proletariado? Por el contrario, cada nuevo objetivo de la
clase trabajadora representa un paso que conduce a la humanidad hacia el reino
de la libertad y la igualdad social: cada derecho que gana la mujer le acerca a
la meta fijada de su emancipación total…
La socialdemocracia fue la primera en incluir en su
programa la demanda de la igualdad de derechos de las mujeres con los de los
hombres. El partido demanda siempre y en todas partes, en los discursos y en la
prensa, la retirada de las limitaciones que afectan a las mujeres, es sólo la
influencia del partido lo que ha forzado a otros partidos y gobiernos a llevar
a cabo reformas en favor de las mujeres. Y, en Rusia, este partido no es sólo
el defensor de las mujeres en relación a su posición teórica, sino que siempre
y en todos lados se adhiere al principio de igualdad de la mujer.
¿Qué impide a nuestras defensoras de los “derechos de
igualdad”, en este caso, aceptar el apoyo de este partido fuerte y
experimentado? El hecho es que por “radicales” que pudieran ser las
igualitaristas, siguen siendo fieles a su propia clase burguesa. Por el
momento, la libertad política es un requisito previo esencial para el
crecimiento y el poder de la burguesía rusa. Sin ella resultará que todo su
bienestar económico se ha construido sobre arena. La demanda de igualdad
política es una necesidad para las mujeres que surge de la vida en sí misma.
La consigna de “acceso a las profesiones” ha dejado de
ser suficiente, y sólo la participación directa en el gobierno del país promete
contribuir a mejorar la situación económica de la mujer. De ahí el deseo
apasionado de las mujeres de la mediana burguesía por obtener el derecho al
voto, y por lo tanto, su hostilidad hacia el sistema burocrático moderno.
Sin embargo, en sus demandas de igualdad política
nuestras feministas son como sus hermanas extranjeras, los amplios horizontes
abiertos por el aprendizaje socialdemócrata permanecen ajenos e incomprensibles
para ellas. Las feministas buscan la igualdad en el marco de la sociedad de
clases existente, de ninguna manera atacan la base de esta sociedad. Luchan por
privilegios para ellas mismas, sin poner en entredicho las prerrogativas y
privilegios existentes. No acusamos a las representantes del movimiento de
mujeres burgués de no entender el asunto, su visión de las cosas mana
inevitablemente de su posición de clase…
La lucha por la independencia
económica
En primer lugar debemos preguntarnos si un movimiento
unitario sólo de mujeres es posible en una sociedad basada en las
contradicciones de clase. El hecho de que las mujeres que participan en el
movimiento de liberación no representan a una masa homogénea es evidente para
cualquier observador imparcial.
El mundo de las mujeres está dividido —al igual que lo
está el de los hombres— en dos bandos. Los intereses y aspiraciones de un grupo
de mujeres les acercan a la clase burguesa, mientras que el otro grupo tiene
estrechas conexiones con el proletariado, y sus demandas de liberación abarcan
una solución completa a la cuestión de la mujer. Así, aunque ambos bandos
siguen el lema general de la “liberación de la mujer”, sus objetivos e
intereses son diferentes. Cada uno de los grupos inconscientemente parte de los
intereses de su propia clase, lo que da un colorido específico de clase a los
objetivos y tareas que se fija para sí mismo…
A pesar de lo aparentemente radical de las demandas de
las feministas, uno no debe perder de vista el hecho de que las feministas no
pueden, en razón de su posición de clase, luchar por aquella transformación
fundamental de la estructura económica y social contemporánea de la sociedad
sin la cual la liberación de las mujeres no puede completarse.
Si en determinadas circunstancias las tareas a corto
plazo de las mujeres de todas las clases coinciden los objetivos finales de los
dos bandos, que a largo plazo determinan la dirección del movimiento y las
estrategias a seguir, difieren mucho. Mientras que para las feministas la
consecución de la igualdad de derechos con los hombres en el marco del mundo
capitalista actual representa un fin lo suficientemente concreto en sí mismo,
la igualdad de derechos en el momento actual para las mujeres proletarias, es
sólo un medio para avanzar en la lucha contra la esclavitud económica de la
clase trabajadora. Las feministas ven a los hombres como el principal enemigo,
por los hombres que se han apropiado injustamente de todos los derechos y privilegios
para sí mismos, dejando a las mujeres solamente cadenas y obligaciones. Para
ellas, la victoria se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba
exclusivamente el sexo masculino se concede al “sexo débil”. Las mujeres
trabajadoras tienen una postura diferente. Ellas no ven a los hombres como el
enemigo y el opresor, por el contrario, piensan en los hombres como sus
compañeros, que comparten con ellas la monotonía de la rutina diaria y luchan
con ellas por un futuro mejor. La mujer y su compañero masculino son
esclavizados por las mismas condiciones sociales, las mismas odiadas cadenas
del capitalismo oprimen su voluntad y les privan de los placeres y encantos de
la vida. Es cierto que varios aspectos específicos del sistema contemporáneo
yacen con un doble peso sobre las mujeres, como también es cierto que las
condiciones de trabajo asalariado, a veces, convierten a las mujeres
trabajadoras en competidoras y rivales de los hombres. Pero en estas
situaciones desfavorables, la clase trabajadora sabe quién es el culpable…
La mujer trabajadora, no menos que su hermano en la
adversidad, odia a ese monstruo insaciable de fauces doradas que, preocupado
solamente en extraer toda la savia de sus víctimas y de crecer a expensas de
millones de vidas humanas, se abalanza con igual codicia sobre hombres, mujeres
y niños. Miles de hilos la acercan al hombre de clase trabajadora. Las
aspiraciones de la mujer burguesa, por otro lado, parecen extrañas e
incomprensibles. No simpatizan con el corazón del proletariado, no prometen a
la mujer proletaria ese futuro brillante hacia el que se tornan los ojos de
toda la humanidad explotada…
El objetivo final de las mujeres proletarias no evita,
por supuesto, el deseo que tienen de mejorar su situación incluso dentro del
marco del sistema burgués actual. Pero la realización de estos deseos está
constantemente dificultada por los obstáculos que derivan de la naturaleza
misma del capitalismo. Una mujer puede tener igualdad de derechos y ser
verdaderamente libre sólo en un mundo de trabajo socializado, de armonía y
justicia. Las feministas no están dispuestas a comprender esto y son incapaces
de hacerlo. Les parece que cuando la igualdad sea formalmente aceptada por la
letra de la ley serán capaces de conseguir un lugar cómodo para ellas en el
viejo mundo de la opresión, la esclavitud y la servidumbre, de las lágrimas y
las dificultades. Y esto es verdad hasta cierto punto. Para la mayoría de las
mujeres del proletariado, la igualdad de derechos con los hombres significaría
sólo una parte igual de la desigualdad, pero para las “pocas elegidas”, para
las mujeres burguesas, de hecho, abriría las puertas a derechos y privilegios
nuevos y sin precedentes que hasta ahora han sido sólo disfrutados por los
hombres de clase burguesa. Pero, cada nueva concesión que consiga la mujer
burguesa sería otra arma con la que explotar a su hermana menor y continuaría
aumentando la división entre las mujeres de los dos campos sociales opuestos.
Sus intereses se verían más claramente en conflicto, sus aspiraciones más
evidentemente en contradicción.
¿Dónde, entonces, está la “cuestión femenina” general?
¿Dónde está la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las
feministas tienen tanto que decir? Una mirada fría a la realidad muestra que
esa unidad no existe y no puede existir. En vano, las feministas tratan de
convencerse a sí mismas de que la “cuestión femenina” no tiene nada que ver con
aquella del partido político y que “su solución sólo es posible con la
participación de todos los partidos y de todas las mujeres”. Como ha dicho una
de las feministas radicales de Alemania, la lógica de los hechos nos obliga a
rechazar esta ilusión reconfortante de las feministas…
Las condiciones y las formas de producción han
subyugado a las mujeres durante toda la historia de la humanidad, y las han
relegado gradualmente a la posición de opresión y dependencia en la que la
mayoría de ellas ha permanecido hasta ahora.
Sería necesario un cataclismo colosal de toda la
estructura social y económica antes de que las mujeres pudieran comenzar a
recuperar la importancia y la independencia que han perdido. Las inanimadas
pero todopoderosas condiciones de producción han resuelto los problemas que en
un tiempo parecieron demasiado difíciles para los pensadores más destacados.
Las mismas fuerzas que durante miles de años esclavizaron a las mujeres ahora,
en una etapa posterior de desarrollo, las está conduciendo por el camino hacia
la libertad y la independencia…
La cuestión de la mujer adquirió importancia para las
mujeres de las clases burguesas aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un
tiempo considerable después de que la mujer proletaria hubiera llegado al campo
del trabajo. Bajo el impacto de los monstruosos éxitos del capitalismo, las
clases medias de la población fueron golpeadas por olas de necesidad. Los
cambios económicos hicieron que la situación financiera de la pequeña y mediana
burguesía se volviera inestable, y que las mujeres burguesas se enfrentaran a
un dilema de proporciones alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el
derecho al trabajo. Las esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron
a golpear a las puertas de las universidades, los salones de arte, las casas
editoriales, las oficinas, inundando las profesiones que estaban abiertas para
ellas. El deseo de las mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y
los mayores beneficios de la cultura no fue el resultado de una necesidad
repentina, madura, sino que provino de esa misma cuestión del “pan de cada
día”.
Las mujeres de la burguesía se encontraron, desde el
primer momento, con una dura resistencia por parte de los hombres. Se libró una
batalla tenaz entre los hombres profesionales, apegados a sus “pequeños y
cómodos puestos de trabajo”, y las mujeres que eran novatas en el asunto de
ganarse su pan diario. Esta lucha dio lugar al “feminismo”: el intento de las
mujeres burguesas de permanecer unidas y medir su fuerza común contra el
enemigo, contra los hombres. Cuando estas mujeres entraron en el mundo laboral
se referían a sí mismas con orgullo como la “vanguardia del movimiento de las
mujeres”. Se olvidaron de que en este asunto de la conquista de la
independencia económica, como en otros ámbitos, fueron recorriendo los pasos de
sus hermanas menores y recogiendo los frutos de los esfuerzos de sus manos
llenas de ampollas.
Entonces, ¿es realmente posible hablar de las
feministas como las pioneras en el camino hacia el trabajo de las mujeres,
cuando en cada país cientos de miles de mujeres proletarias habían inundado las
fábricas y los talleres, apoderándose de una rama de la industria tras otra,
antes de que el movimiento de las mujeres burguesas ni siquiera hubiera nacido?
Sólo gracias al reconocimiento del trabajo de las mujeres trabajadoras en el
mercado mundial las mujeres burguesas han podido ocupar la posición
independiente en la sociedad de la que las feministas se enorgullecen tanto…
Nos resulta difícil señalar un solo hecho en la
historia de la lucha de las mujeres proletarias por mejorar sus condiciones
materiales en el que el movimiento feminista, en general, haya contribuido
significativamente. Cualquiera que sea lo que las mujeres proletarias hayan
conseguido para mejorar sus niveles de vida es el resultado de los esfuerzos de
la clase trabajadora en general, y de ellas mismas en particular. La historia
de la lucha de las mujeres trabajadoras por mejorar sus condiciones laborales y
por una vida más digna es la historia de la lucha del proletariado por su
liberación.
¿Qué fuerza a los propietarios de las fábricas a
aumentar el precio del trabajo, a reducir horas e introducir mejores
condiciones de trabajo, si no el temor a una grave explosión de insatisfacción
del proletariado? ¿Qué, si no el miedo a los “conflictos laborales”, persuade
al gobierno de establecer una legislación para limitar la explotación del
trabajo por el capital?…
No hay un solo partido en el mundo que haya asumido la
defensa de las mujeres como lo ha hecho la socialdemocracia. La mujer
trabajadora es ante todo un miembro de la clase trabajadora, y cuanto más
satisfactoria sea la posición y el bienestar general de cada miembro de la
familia proletaria, mayor será el beneficio a largo plazo para el conjunto de
la clase trabajadora…
En vista a las crecientes dificultades sociales, la
devota luchadora por la causa debe pararse en triste desconcierto. Ella no
puede si no ver lo poco que el movimiento general de las mujeres ha hecho por
las mujeres proletarias, lo incapaz que es de mejorar las condiciones laborales
y de vida de la clase trabajadora. El futuro de la humanidad debe parecer gris,
apagado e incierto a aquellas mujeres que están luchando por la igualdad pero
que aún no han adoptado la perspectiva mundial del proletariado o no han
desarrollado una fe firme en la llegada de un sistema social más perfecto.
Mientras el mundo capitalista actual permanezca inalterado, la liberación debe
parecerles incompleta e imparcial. Que desesperación deben abrazar las más
pensativas y sensibles de estas mujeres. Sólo la clase obrera es capaz de
mantener la moral en el mundo moderno con sus relaciones sociales
distorsionadas. Con paso firme y acompasado avanza firmemente hacia su
objetivo. Atrae a las mujeres trabajadoras a sus filas. La mujer proletaria
inicia valientemente el espinoso camino del trabajo asalariado. Sus piernas
flaquean, su cuerpo se desgarra. Hay peligrosos precipicios a lo largo del
camino, y los crueles predadores están acechando.
Pero sólo tomando este camino la mujer es capaz de
lograr ese lejano pero atractivo objetivo: su verdadera liberación en un nuevo
mundo del trabajo. Durante este difícil paso hacia el brillante futuro la mujer
trabajadora, hasta hace poco una humillada, oprimida esclava sin derechos,
aprende a desprenderse de la mentalidad de esclava a la que se ha aferrado,
paso a paso se transforma a sí misma en una trabajadora independiente, una personalidad
independiente, libre en el amor. Es ella, luchando en las filas del
proletariado, quien consigue para las mujeres el derecho a trabajar, es ella,
la “hermana menor”, quien prepara el terreno para la mujer “libre” e “igual”
del futuro.
¿Por qué razón, entonces, debe la mujer trabajadora
buscar una unión con las feministas burguesas? ¿Quién, en realidad, se
beneficiaría en el caso de tal alianza? Ciertamente no la mujer trabajadora.
Ella es su propia salvadora, su futuro está en sus propias manos. La mujer
trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja engañar por los grandes
discursos sobre el “mundo que comparten todas las mujeres”. La mujer
trabajadora no debe olvidar y no olvida que si bien el objetivo de las mujeres
burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad
antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo
viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad
fraternal y alegre libertad…
El matrimonio y el problema de la familia
Dirijamos la atención a otro aspecto de la cuestión
femenina, el problema de la familia. Es bien conocida la importancia que tiene
para la auténtica emancipación de la mujer la solución de este problema
ardiente y complejo. La aspiración de las mujeres a la igualdad de derechos no
puede verse plenamente satisfecha mediante la lucha por la emancipación
política, la obtención de un doctorado u otros títulos académicos, o un salario
igual ante el mismo trabajo. Para llegar a ser verdaderamente libre, la mujer
debe desprenderse de las cadenas que le arroja encima la forma actual,
trasnochada y opresiva, de la familia. Para la mujer, la solución del problema
familiar no es menos importante que la conquista de la igualdad política y el
establecimiento de su plena independencia económica.
Las formas actuales, establecidas por la ley y la
costumbre, de la estructura familiar hacen que la mujer esté oprimida no sólo
como persona sino también como esposa y como madre. En la mayor parte de los
países civilizados, el código civil coloca a la mujer en una situación de mayor
o menor dependencia del hombre, y concede al marido, además del derecho de
disponer de los bienes de su mujer, el de reinar sobre ella moral y
físicamente…
Y allí donde acaba la esclavitud familiar oficial,
legalizada, empieza la llamada “opinión pública” a ejercer sus derechos sobre
la mujer. Esta opinión pública es creada y mantenida por la burguesía con el
fin de proteger la “institución sagrada de la propiedad”. Sirve para reafirmar una
hipócrita “doble moral”. La sociedad burguesa encierra a la mujer en un
intolerable cepo económico, pagándole un salario ridículo por su trabajo. La
mujer se ve privada del derecho que posee todo ciudadano de alzar su voz para
defender sus intereses pisoteados, y tiene la inmensa bondad de ofrecerle esta
alternativa: o bien el yugo conyugal, o bien las asfixias de la prostitución,
abiertamente menospreciada y condenada, pero secretamente apoyada y sostenida.
¿Será preciso insistir acerca de los sombríos aspectos
de la vida conyugal de hoy, acerca de los sufrimientos de la mujer que se ligan
estrechamente a las actuales estructuras familiares. Ya se ha escrito y se ha
dicho mucho sobre este tema. La literatura está llena de negros cuadros que
pintan nuestro desorden conyugal y familiar. En este campo, ¡cuántas tragedias
psicológicas, cuántas vidas mutiladas, cuántas existencias envenenadas! Por
ahora, sólo nos importa resaltar que la estructura actual de la familia oprime
a las mujeres de todas las clases y condiciones sociales. Las costumbres y las
tradiciones persiguen a la madre soltera de idéntico modo, cualquiera que sea
el sector de la población a la que pertenezca, las leyes colocan bajo la tutela
del marido tanto a la burguesa como a la proletaria y a la campesina.
¿No hemos descubierto por fin ese aspecto de la
cuestión femenina sobre el cual las mujeres de todas las clases pueden unirse?
¿No pueden luchar conjuntamente contra las condiciones que las oprimen? ¿Acaso
los sufrimientos comunes, el dolor común borran el abismo del antagonismo de
clases y crean una comunidad de aspiraciones y de tareas para las mujeres de
diferentes planos? ¿Acaso es realizable, en cuanto a los deseos y objetivos
comunes, una colaboración de burguesas y proletarias? Después de todo, las
feministas luchan a la vez por conseguir formas más libres de matrimonio y por
el “derecho a la maternidad”, levantan su voz en defensa de la prostituta a la
que todo el mundo acosa. Observad cómo la literatura feminista es rica en búsquedas
de nuevos estilos de unión del hombre y la mujer y de audaces esfuerzos
encaminados a la “igualdad moral” entre los sexos. ¿No es cierto que, mientras
en el terreno de la liberación económica las burguesas se sitúan en la cola del
ejército de millones de proletarias que allanan la senda a la “mujer nueva”, en
la lucha por resolver el problema de la familia los reconocimientos son para
las feministas?
...
Únicamente una serie de reformas radicales en el
ámbito de las relaciones sociales, reformas mediante las cuales las obligaciones
de la familia recaerían sobre la sociedad y el Estado, crearía la situación
favorable para que el principio del “amor libre” pudiera en cierta medida
realizarse. Pero, ¿podemos contar seriamente con que el Estado clasista actual,
por muy democrática que sea su forma, esté dispuesto a asumir todas las
obligaciones referentes a la madre y, a la joven generación, es decir, aquellas
obligaciones que atañen de momento a la familia en cuanto célula
individualista? Tan sólo una transformación radical de las relaciones
productivas puede crear las condiciones sociales indispensables para proteger a
la mujer de los aspectos negativos derivados de la elástica fórmula del “amor
libre”. ¿Realmente no vemos qué confusión y qué desórdenes de las costumbres
sexuales se esconden, en las actuales circunstancias, a menudo en semejante
fórmula? Observad a todos esos señores, empresarios y administradores de
sociedades industriales: ¿no se aprovechan frecuentemente a su manera del “amor
libre” al obligar a obreras, empleadas y criadas a someterse a sus caprichos
sexuales, bajo la amenaza de despido? Esos patronos que envilecen a su doncella
y después la ponen en la calle cuando ha quedado embarazada, ¿acaso no están
aplicando ya la fórmula del “amor libre”?
“Pero no estamos hablando de ese tipo de “libertad”,
objetan las defensoras de la unión libre. Por el contrario, exigimos la
instauración de una “moral única”, igualmente obligatoria para el hombre y la
mujer. Nos oponemos al desorden de las costumbres sexuales de hoy, proclamamos
que sólo es pura una unión libre fundamentada sobre un amor verdadero”. Pero,
¿no pensáis, queridas amigas, que vuestro ideal de “unión libre “, llevado a la
práctica en la situación económica y social actual, corre el riesgo de dar
resultados que difieren muy poco de la forma distorsionada de la libertad
sexual? El principio del “amor libre” no podrá entrar en vigor sin traer nuevos
sufrimientos a la mujer más que cuando ella se haya librado de las cadenas
materiales que hoy la hacen doblemente dependiente: del capital y de su marido.
El acceso de las mujeres a un trabajo independiente y a la autonomía económica
ha hecho aparecer una cierta posibilidad de “amor libre”, sobre todo para las
intelectuales que ejercen las profesiones mejor retribuidas. Pero la
dependencia de la mujer con respecto al capital sigue ahí, e incluso se agrava
a medida que crece el número de mujeres de proletarios empujadas a vender su
fuerza de trabajo. La consigna del “amor libre” ¿puede mejorar la triste suerte
de estas mujeres que ganan justo lo mínimo para no morir de hambre? Y, además,
el amor libre ¿no se practica ya ampliamente en la clase obrera, hasta tal
punto que más de una vez la burguesía ha elevado la voz de alarma y ha
denunciado la «depravación» y la «inmoralidad» del proletariado? Cabe señalar
que cuando las feministas hablan con entusiasmo de nuevas formas de unión
extramatrimoniales para las burguesas emancipadas, les dan el bonito nombre de
“amor libre”. Pero cuando se trata de la clase obrera, esas mismas uniones
extramatrimoniales son vituperadas con el término despectivo de “relaciones
sexuales desordenadas”. Es bastante característico.
No obstante, para la proletaria, habida cuenta de las
condiciones actuales, las consecuencias de la vida en común, ya sea ésta de
origen libre o consagrada por la Iglesia, siguen siendo siempre igual de
penosas. Para la esposa y la madre proletarias, la clave del problema conyugal
y familiar no reside en sus formas exteriores, rituales o civiles, sino en las
condiciones económicas y sociales que determinan esas complejas relaciones
familiares a las que debe hacer frente la mujer de clase obrera. Por supuesto,
también para ella es importante conocer si su marido puede disponer del salario
que ella ha ganado, si como marido posee el derecho de obligarla a vivir con él
aun en contra de su voluntad, si le puede quitar a los hijos por la fuerza,
etc. Pero no son tales párrafos del código civil los que determinan la
situación real de la mujer en la familia, y tampoco se resolverá en ellos el
difícil problema familiar. Sea legalizada la unión ante notario, consagrada por
la Iglesia o fundamentada en el principio de libre consentimiento, la cuestión
del matrimonio llegaría a perder su relevancia para la mayoría de las mujeres
si —y únicamente si tal ocurre— la sociedad les descargara de las mezquinas
preocupaciones caseras, inevitables hoy en este sistema de economías domésticas
individuales y dispersas. Es decir, si la sociedad asumiera el cuidado de la
generación más joven, si estuviese capacitada para proteger la maternidad y dar
una madre a cada niño, al menos durante los primeros meses.
Las feministas luchan contra un fetiche: el matrimonio
legalizado y consagrado por la Iglesia. Las mujeres proletarias, por el contrario,
arriman el hombro contra las causas que han ocasionado la forma actual del
matrimonio y de la familia, y cuando se esfuerzan en cambiar estas condiciones
de vida, saben que también están ayudando, por ende, a reformar las relaciones
entre los sexos. Ahí es donde estriba la principal diferencia entre el enfoque
de la burguesía y el del proletariado al abordar el complejo problema familiar.
...
La lucha por los derechos políticos
Las feministas responden a nuestras críticas diciendo:
incluso si os parecen equivocados los argumentos que están detrás de nuestra
defensa de los derechos políticos de las mujeres, ¿puede rebajarse la
importancia de la demanda en sí, que es igual de urgente para las feministas y
para las representantes de la clase trabajadora? ¿No pueden las mujeres de
ambos bandos sociales, por el bien de sus aspiraciones políticas comunes,
superar las barreras del antagonismo de clase que las separan? ¿No serán
capaces seguramente de librar una lucha común contra las fuerzas hostiles que
los las rodean? La división entre la burguesía y el proletariado es tan
inevitable como otras cuestiones que nos atañen, pero en el caso de este asunto
particular las feministas creen que las mujeres de las distintas clases
sociales no tienen diferencias.
Las feministas continúan volviendo a estos argumentos
con amargura y desconcierto, viendo nociones preconcebidas de lealtad
partidista en la negativa de las representantes de la clase trabajadora a unir
sus fuerzas con ellas en la lucha por los derechos políticos de las mujeres.
¿Es realmente éste el caso? ¿Existe una identificación total de las
aspiraciones políticas o, en este caso, al igual que en todos los demás, el
antagonismo la creación de un ejército de mujeres indivisible, por encima de
las clases? Tenemos que responder a esta cuestión antes de que podamos definir
las tácticas que las mujeres proletarias utilizarán para obtener derechos
políticos para su sexo.
Las feministas declaran estar del lado de la reforma
social, y algunas de ellas incluso dicen estar a favor del socialismo —en un
futuro lejano, por supuesto— pero no tienen la intención de luchar entre las
filas de la clase obrera para conseguir estos objetivos. Las mejores de ellas
creen, con ingenua sinceridad, que una vez que los asientos de los diputados
estén a su alcance serán capaces de curar las llagas sociales que se han
formado, en su opinión, debido a que los hombres, con su egoísmo inherente, han
sido los dueños de la situación. A pesar de las buenas intenciones de grupos
individuales de feministas hacia el proletariado, siempre que se ha planteado
la cuestión de la lucha de clases han dejado el campo de batalla con temor.
Reconocen que no quieren interferir en causas ajenas, y prefieren retirarse a
su liberalismo burgués que les es tan cómodamente familiar.
Por mucho que las feministas burguesas traten de
reprimir el verdadero objetivo de sus deseos políticos, por mucho que aseguren
a sus hermanas menores que la participación en la vida política promete
beneficios inconmensurables para las mujeres de clase trabajadora, el espíritu
burgués que impregna todo el movimiento feminista da un colorido de clase
incluso a la demanda de igualdad de derechos políticos con los hombres, que
podría parecer una demanda general de las mujeres. Diferentes objetivos e
interpretaciones de cómo deben usarse los derechos políticos crea un abismo
insalvable entre las mujeres burguesas y las proletarias. Esto no contradice el
hecho de que las tareas inmediatas de los dos grupos de mujeres coincidan en
cierta medida, puesto que los representantes de todas las clases que han
accedido al poder político se esfuerzan sobre todo en lograr una revisión del
Código Civil, que en cada país, en mayor o menor medida, discrimina a las
mujeres. Las mujeres presionan por conseguir cambios legales que creen
condiciones laborales más favorables para ellas, se mantienen unidas contra las
regulaciones que legalizan la prostitución, etc. Sin embargo, la coincidencia
de estas tareas inmediatas es de carácter puramente formal. Así, el interés de
clase determina que la actitud de los dos grupos hacia estas reformas sea
profundamente contradictoria…
El instinto de clase —digan lo que digan las feministas—
siempre demuestra ser más poderoso que el noble entusiasmo de las políticas
“por encima de las clases”. En tanto que las mujeres burguesas y sus “hermanas
menores” son iguales en su desigualdad, las primeras pueden, con total
sinceridad, hacer grandes esfuerzos en defender los intereses generales de las
mujeres. Pero, una vez que se hayan superado estas barreras y las mujeres
burguesas hayan accedido a la actividad política, las actuales defensoras de
los “derechos de todas las mujeres” se convertirán en defensoras entusiastas de
los privilegios de su clase, se contentarán con dejar a las hermanas menores
sin ningún derecho. Así, cuando las feministas hablan con las mujeres
trabajadoras acerca de la necesidad de una lucha común para conseguir algún
principio “general de las mujeres”, las mujeres de la clase trabajadora están
naturalmente recelosas.
Para ler a matéria por completo, clicar El
socialista Centroamericano
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